“Hijo, ¿cuántas preguntas hiciste hoy?”
En la era de los teléfonos inteligentes, ¿cuántas veces nos hemos cuestionado si los seres humanos nos estamos volviendo más tontos? Los teléfonos en nuestros bolsillos a nuestro alcance son capaces de hacer funciones que hace 50 años no hubiéramos podido soñar.
Cuando en los años 1930 se comercializó la regla de cálculo, ocurrió una reacción por parte de la Iglesia católica, que advirtió a la población sobre los riesgos de desafiar las capacidades humanas. La Iglesia argumentaba que Dios no quisiera que tratemos de ser más de lo que él nos creó. Poco sabia la Iglesia de la revolución tecnológica 4.0.
La calculadora, la memoria digital, la geolocalización, entre otras, son todas herramientas que han cambiado nuestro cerebro. Nuestra capacidad de cálculo se ha limitado, no por falta de capacidad, sino por falta de uso, y lo mismo ocurre con nuestra memoria, atención y ubicación espacial.
Hay quienes eso les asuste y les alarme, así como a la Iglesia católica la regla de cálculo. Pero quizás, como humanidad, estamos viviendo un momento de revelación acerca de nuestras más profundas y altas capacidades. La democratización de la inteligencia artificial del chat GPT ha dado de qué hablar en los últimos tres meses. Desde noviembre de 2022, artículo tras artículo abordan los desafíos y oportunidades de esta tecnología.
La educación está siendo cuestionada gracias a esta tecnología. En la academia, profesores se cuestionan cómo pueden realmente saber si sus alumnos realizaron o no un ensayo, si las ideas de sus reflexiones vienen de su intelecto o si son fruto de la inteligencia artificial. Incluso empresas de detección de plagio han sido muy ágiles en desarrollar software para identificar este fenómeno. Estas empresas han sido incluso más ágiles que los mismos educadores, quienes aún no se dan cuenta de su verdadero rol en el proceso educativo.
Si las respuestas están disponibles ahora en chat GPT (en realidad lo han estado desde Google), ¿cómo debemos diseñar entonces la nueva educación con la inclusión de esta tecnología? ¿Nos asusta pensar que posiblemente es el fin de la inteligencia humana? ¿Nos asusta pensar que la lógica y el argumento del algoritmo sea mejor que nuestro propio ingenio?
El famoso bigdata ha permitido personalizar la información, de tal forma que la fuerza de esta tecnología ha logrado cambiar tendencias de consumo, elegir presidentes y convencer a poblaciones sobre básicamente cualquier cosa. Nuestro consumo digital es tan importante para la toma de decisiones, que debemos estar cuestionándonos si todo lo que pensamos ha sido manipulado, aprendido o desarrollado.
Hoy en día, esta tecnología permite, con la inteligencia artificial, aprender de cada uno de los usuarios. Aprende no solo a darnos información, sino a entender nuestra propia lógica, incluso más de lo que nos entendemos a nosotros mismos.
No obstante, debemos recordar que los grandes descubrimientos del mundo se dieron por hacer grandes preguntas; por satisfacer nuestra curiosidad innata de saciar las ganas de saber. Cada pregunta es hambre de aprendizaje. Los niños en sus primeros años conocen bien esta dinámica, es por esto que su aprendizaje es tan sustancial en esos años. Ellos no son esponjas que aprenden todo, la cual es la peor analogía para describir el órgano más selectivo que hay. Los niños no tienen capacidades especiales que les permiten aprender mejor que los adultos, solo tienen un diferenciador poderoso: la curiosidad.
¿Cuándo fue la última vez que la curiosidad por aprender algo, por preguntar algo que no sabías te llevó a superar la vergüenza de seguir preguntando? ¿Cuándo fue la última vez que por ganas de calmar esa curiosidad no paraste de preguntar? ¿Cuándo fue la última vez que no te disculpaste por hacer tantas preguntas?
La verdad es que el adulto promedio no pregunta. Ya sea por pose y querer pretender que sí lo sabe, o por vergüenza, o simplemente porque le da pereza mental de seguir en la búsqueda de la respuesta, el ser humano no se va a quedar tonto por la inteligencia artificial, sino por falta de curiosidad. ¿En qué momento nos hemos conformado con solamente no saber?
La automatización de procesos con robots asusta a mucha gente, y le hace pensar que estamos reemplazando a personas calificadas por máquinas. Pero, en realidad, la automatización solo quiere, a través de eficiencia, reemplazar procesos humanos que no agregan valor. Y esa es la clave del futuro. ¿Qué es lo que agrega valor?
El ser humano ha demostrado ser capaz de increíbles logros. Ahora, el reto más grande será enfrentar su propia inteligencia, y reconocer la innata e impresionante capacidad de cuestionar. Esa es la base de todo proceso educativo, formal e informal. Si somos capaces de sembrar desde temprana edad la curiosidad de Darwin, Humboldt o NiKola Tesla, no estaríamos tan preocupados en las máquinas que dan respuestas, sino en cómo formulamos mejores preguntas.
El futuro está lleno de inteligencia; la clave es saber para qué la utilizamos. (O)