En los países con democracias frágiles e institucionalidad endeble, como es el nuestro, el juego del poder no se practica en un tablero de ajedrez con jugadores que se anticipan a los movimientos futuros del otro, ni tampoco con estrategias de ataque y defensa realizadas en función de los pasos que daría el oponente, no, aquí se juega normalmente rompiendo las reglas, impidiendo que el contendor mueva sus fichas, usurpando sus piezas o, por último, pateando el tablero para empezar una nueva partida cuando se cuente con árbitro propio.
Los acontecimientos diarios nos demuestran que una abrumadora mayoría de personas que ocupan los distintos espacios del poder político en el Ecuador no tienen ninguna conciencia ni les importa un carajo lo que es realmente el servicio público, un período transitorio de sacrificio, renuncia y entrega a favor del país, que necesariamente entrará en conflicto con los intereses, profesiones, ocupaciones y bienestar personales y familiares del funcionario. De ahí que campeen en nuestra política tantos corruptos, ignorantes, vanidosos, aprovechadores e improvisados.
Por desgracia, el juego del poder es lo que hemos visto en los últimos meses: un juicio político contra el presidente de la República orquestado y fabricado sin pruebas ni sustento ni conexión de hechos ni inferencia alguna sobre los supuestos delitos en los que habría incurrido el gobernante de acuerdo con lo previsto por el artículo 129 de la Constitución; un procedimiento legislativo patético, ilegal e inconstitucional en el que no existe informe alguno para que el presidente ejerza su derecho a la defensa y la Asamblea vote por una eventual destitución; un dictamen previo de admisión emitido por mayoría de la Corte Constitucional, que es un verdadero desaguisado constitucional y jurídico, parcializado y contaminado por un tufillo de activismo político de ciertos jueces que han dejado en pésimo predicamento a la institución que parecía ser el último bastión de la democracia, que en ese dictamen ni siquiera revisaron o verificaron la existencia de las pruebas documentales a las que aluden en sus antecedentes y, que hoy, ante la violación impune y descarada del orden constitucional por parte de la Asamblea Nacional durante el proceso, incurren en un oprobioso silencio.
Por otra parte, también han aparecido en este atribulado ejercicio político ciertas posturas de aspirantes consuetudinarios al poder, eternos candidatos a cualquier cargo, algunos de ellos profesionales que parecen haber pasado por las aulas sin haber abierto un libro y sin haber atendido a una sola clase de sus maestros y, que ahora, en la coyuntura de un gobierno débil que sin duda ha cometido errores y está en deuda con la sociedad, pero que es finalmente el gobierno elegido por la vía democrática, tuercen las leyes, transgreden todos sus límites éticos y morales y se ofrecen, sin ninguna dignidad, a cualquier postor que les alquile un espacio para exhibir allí sus grises conciencias.
El poder en el Ecuador actual, aunque aún no se lo entienda, se juega con reglas similares a las que se impusieron hace años en Venezuela y Nicaragua, pero que en nuestro caso, además, tiene en contra el factor del tiempo. Por esa razón no se puede esperar al siguiente período electoral que será en dos años, pues entonces podría ser demasiado tarde para ciertos jugadores.
El ganador de este juego buscará quedarse en su feudo privado por toda una vida, para eso, por supuesto, deberá terminar de derribar lo poco que quede entonces de institucionalidad en el país, incluida la corte más elevada del país que parecería también estar alineada con las sinuosas reglas impuestas en este juego. Así, el objetivo principal será edificar un reducto inexpugnable e inalcanzable para cortes de justicia y autoridades internacionales, pero que resultará muy atractivo y seguro para sus socios y compinches, que solo de este modo podrán ampliar un poco más los reducidos territorios en los que hoy se mueven. (O)