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Mientras se secaba las palmas, Poncio Pilato ordena que los guardias de manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes lleven al sentenciado al Gólgota, a cumplir su condena. Está escrito, todo es cuestión de tiempo compañeritos.

27 Marzo de 2024 15.55

La degradación moral que vive Judea”, decía Poncio Pilato, “hace que ciertos odiadores me acusen injustamente de condenar a este individuo de Galilea a la crucifixión”. Tipo listo como era Pilato, pide un cuenco con agua y se lava las manos ante la iracunda muchedumbre que exigía la cabeza de Jesús. “Los corruptos siempre fueron ellos”, sentencia ante la gente, acusando al Sanedrín de no hacer bien su trabajo ante lo cual preguntó: “¿Qué te han hecho, Patria querida?”, señalando con el dedo a Caifás y a Judas como los culpables de todas las desgracias.

Pilato estaba descontrolado y con la cara desencajada desde su ático: “Es inconcebible que Judas se venda por un plato de lentejas”, decía en su discurso por las festividades de la Pascua judía mientras alguien le corregía y le explicaba que efectivamente habían encontrado en el bolsillo del Apóstol evidencia de que fueron treinta monedas de plata. “No me importa lo que diga la prensa corrupta. ¡No hay pruebas!”, exclamó. “Para tonto no se estudia”, apuntando a Judas.

De acuerdo con la información a la que tuvo acceso este cronista, según el parte policial elaborado por la guardia romana y puesto a consideración de Pilato, la noche de la detención en el Sanedrín, Caifás había preguntado a Jesús si era el Mesías. Este le había respondido: “Tú lo has dicho”. El Sumo Sacerdote se rasgó las vestiduras ante lo que consideraba una blasfemia elaborada por la prensa corrupta, pero que confirmó con la declaración del que denominaban el Hijo de Dios. Los miembros del Sanedrín escarnecieron cruelmente a Jesús y lo condenaron sin pruebas alegando injurias calumniosas. Además le condenaron al pago de 40 millones de denarios y unos cuantos latigazos. 

En su discurso Pilato vociferaba: “¡Inefables! Le acusan a Jesús de influjo psíquico por considerarse el Mesías. Todo es un montaje”, culpando al Sumo Sacerdote de persecución política en contra del ciudadano de Galilea. Jesús fue juzgado de una manera sospechosamente rápida. “Un juicio con pruebas forjadas”, explicaba un colérico Pilato a sus seguidores. Caifás y sus corifeos, como autoridades religiosas, le habían sentenciado a la pena capital. Sin embargo, una medida tan drástica solo la podía ejecutar la primera autoridad política romana. Este fue el motivo por el que llevaron a la mañana siguiente donde estaba Poncio Pilato.

Pero Pilato, tan magnánimo como siempre, se encuentra en una grave encrucijada: “A Jesús ni le conozco, no le he visto en mi vida” afirmaba a pesar de que algunos vecinos (pocos) mostraban pancartas apoyando a Jesús con fotos junto a él. Pilato era un político sagaz, así que antes de decretar la muerte de Jesús, intenta una jugada arriesgada y se declara incompetente para resolver asuntos religiosos. Sin embargo, los Sumos Pontífices que habían sacado 10 sobre 20 en asuntos políticos, advertidos de esta movida actúan con rapidez y astucia deciden cambiar la acusación, como quien mete las manos en la justicia, de blasfemia a sedición. “Bestias salvajes”, gritaba Pilato quien se jalaba los pelos y la túnica, al darse cuenta de la movida de los Sumos Sacerdotes. Así la cosa, se pone a pensar ante la gente qué alternativas le quedaban en este caso. Tenía la gente a su favor, total, ya habían comido unos buenos shawarmas que les habían regalado por el hecho de estar ahí.

Sin encontrar motivos y a pesar de no hallarlo culpable, Pilato (y sabiendo que era vísperas de la Pascua), se le ocurre poner a consideración del pueblo la decisión entre liberar a un preso de nombre Barrabás o liberar a Jesús acusado de sedición. “Están derrotados, pero su insensatez les impide reconocerlo y siguen destruyéndolo todo”, afirma un colérico Pilato antes de lavarse las manos. “Todo esto es gracias al lawfare orquestado por la nueva derecha romana”. “Prohibido olvidar”, mientras azotaban al sentenciado Jesús. “Nos podrán robar muchas cosas, compañeros, pero nunca la esperanza”.

Pilato, decide que es momento de terminar su discurso: “Hasta la victoria siempre”, dice, frase copiada de algún viejo político mañoso, mientras salpicaban las últimas gotas de agua sucia que caían al piso. Mientras se secaba las palmas, Poncio Pilato ordena que los guardias de manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes lleven al sentenciado al Gólgota, a cumplir su condena. Está escrito, todo es cuestión de tiempo compañeritos. (O)

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