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Columnistas
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Un mal antiguo que ha evolucionado con los cambios tecnológicos pero ahora afecta todos los ámbitos de la vida. Enfrentarla es un desafío para quienes deben actuar con profesionalismo y vocación de servicio al público.

15 Julio de 2024 16.42

La calumnia viene de los tiempos más lejanos y es un mal que acompaña a la humanidad, con cambios de modalidades, de soporte y de canales de transmisión.

La tentación de enlodar a otro en base a un hecho falso o una cuestión deformada, ha estado de siempre y pasado del “boca a boca”, al rumor un poco más sofisticado, al uso de manuscritos, pintadas en muros, o utilización en medios de comunicación, y hasta las versiones más modernas de las redes sociales.

Nadie está libre de ser objeto de una difamación porque no es necesario tener algo malo oculto para que le expongan en algo así.

En una campaña electoral los comandos partidarios se ponen tensos en considerar un paraguas anti-calumnias.

Ese tipo de campañas sucias no se limitan al campo político partidario, sino que están en todos las áreas de la vida, sea un colegio, una empresa, un barrio, un club deportivo, y tantos otros escenarios.

Pero cuando afectan la reputación de una empresa o la imagen de un líder político, eso genera la reacción de defensa o de contrarrestar el efecto negativo.

La Calumnia de Sandro Botticelli
“La Calumnia” de Sandro Botticelli. En los Diálogos de Luciano se puede encontrar una interpretación de este momento en la Corte del Rey Midas.

Unos asesores entienden que siempre hay que dar la cara, que mostrar indignación ante la calumnia y que derivar el caso a la Justicia para que investigue y castigue.

Otros, en cambio, dicen que eso es entrar en el juego del difamador, distraerse de lo que debe hacer, y amplificar la calumnia; incluso dar luz verde a los que se mantenían cautos pero ahora se sienten liberados para comentar del caso.

Unos dicen: hay que contragolpear, porque el silencio es admitir que hay algo para ocultar, y porque de nada sirve evitar más propagación del daño, porque el que no se ha enterado, igual se enterará.

Otros dicen que si sale a responder cada calumnia, eso estimula a los calumniadores para que le pongan en tapete con una y otra cosa, y que al final, solo quedará en la retaguardia para responder ataques y nunca podrá ser proactivo en algo.

El término medio, nunca es neutro.

Las redes sociales no inventaron la difamación, sino que con la tecnología han permitido esa inmediatez como motores de divulgación en tiempo real, por lo que las calumnias navegan más rápido y pueden propagar más el daño.

No parece haber una fórmula perfecta para enfrentar este tipo de cosas, pero lo que no resulta razonable es determinar la actitud a tomar en función de “y bueno, igual lo que va a pasar es …”.

Es un desafío para los políticos y sus asesores y, también, para el periodismo.

Muchos periodistas y medios asumen que el bullicio que haya por ahí debe ser publicado, y que todos los personajes que quieren exposición mediática, deben tener su lugar (más si son atractivos para el público curioso y de apetito sensacionalista).

Creen que “hacer periodismo” es “dar dos campanas” y que eso pasa por divulgar una acusación aunque sea un enchastre sin fundamento, y darle espacio al difamado para que se defienda.

La respuesta de “igual sale en las redes” es una excusa.

Es posible que si los medios no dieran cabida a calumniadores seriales que buscan pantalla de TV, home de sitios web o tapas de diarios, igual lograrían mucha repercusión en redes, pero no es lo mismo que esa gente lance sus porquerías en sus propios sitios, a que sean avalados por medios profesionales.

Ignorar el barro del sótano no es un acto de censura sino una selección de contenidos por criterios profesionales.

Los políticos que sean enchastrados deberán sortear eso y no es fácil, pero lo que no pueden hacer es meterse en el lodo, porque ahí sí habrán sido vencidos y de ahí no podrán salir ni limpios, ni sin olor nauseabundo.

El periodismo tiene un desafío con la disyuntiva de dar o no espacio a “las acusaciones” ligeras de buscadores de fama mediática, más cuando esos personajes sean generadores de rating o de clics en sitios web: la disyuntiva es entre hacer lo correcto o dejarse llevar.

Dejarse arrastrar por la ola puede traer éxito efímero; pero hacer buen periodismo no se mide por eso, sino por actuar con fundamento profesional y vocación de servicio al público. Nunca dejarse arrastrar.
 

*Este artículo fue publicado originalmente en Forbes UY del mes de Junio de 2024

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