La "sustancia" en Baruch Spinoza es todo cuanto existe, pero que a la vez precisa de nada para existir. Eso es la naturaleza, que -nuevamente a la vez- es Dios. Por tanto, Dios es la Naturaleza y la Naturaleza es Dios. Esta es perfecta e infinita, y por ende Dios es perfecto e infinito. El Dios del neerlandés es uno bastante más profundo que el personal o impersonal, como quiera ser asumido por las "religiones tradicionales", pues El spinoziano al ser sustancia no requiere de elucubraciones teístas. Estas fantasías y cavilaciones son la semilla de lo que prosaicamente se denomina "fe", la cual al partir de consideraciones etéreas y volátiles desemboca en inconsecuencia. Spinoza no fue ateo, pero creyente en un ser superior que está en nosotros y con nosotros en el mundo vivido día a día, no a la espera de un más allá abstracto.
Al margen de que la sustancia es el todo, sin que ello sea contradictorio, se complementa de dos particularidades o "atributos". Nos referimos a la res cogitans y a la res extensa, traducidas en lenguaje filosófico "pensamiento" y "extensión", a título de intelecto en orden ontológico. Puede apreciarse el influjo cartesiano, racionalista, en virtud del cual la infinitud de Dios es igual infinitud del hombre en su condición de parte constitutiva de la naturaleza.
La divinidad de Dios es divinidad del hombre, siendo que cuerpo y alma son lo mismo, reveladas en paralelo. El hombre es inmortal mediante su pensamiento, por su mente que lo lleva a pensar y a trascender; perdura en tanto piensa. Muere al dejar de pensar, al abstenerse de razonar. El amor a Dios en Spinoza es un "amor intelectual", proyectado en el espacio al igual que las figuras geométricas, y en dilatación del tiempo. Concuerda en mucho con la noción de R. Descartes, quien llega a afirmar la existencia de Dios partiendo de nuestra propia existencia y de su presencia en nuestra idea esencial, a la vera de teorizaciones extáticas.
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La sustancia, según queda conceptuada, la concibe el filósofo en dos "naturalezas": la naturaleza naturante (natura naturans) y la naturaleza naturada (natura naturata). La primera corresponde a lo que la naturaleza es en sí, a lo que Dios ha producido, a aquello que se ha creado divinamente, y por tanto existe por sí mismo. La segunda es, en cambio, la naturaleza que resulta de la primera, o sea las cosas que surgen o manan a través de los citados atributos... el pensamiento y la extensión. Estos caracteres llevan al hombre a "conocerse" y a "conocer al Dios-Naturaleza", proceso en el que intuye. La ciencia intuitiva conduce al individuo a construir sus ideas de modo deductivo. El principal propósito de la "idea" es lograr la "libertad", que conforma el grado más alto de la razón.
Para Spinoza, la mera percepción jamás es suficiente en la formación de las ideas. El complemento indispensable está dado por el esfuerzo crítico que solo lo ofrece la inteligencia. En este sentido, el mayor obstáculo para concretar una idea racional, y por ende trascendente, es dar oído a las obcecaciones que irremediablemente se materializan por la ignorancia. El talento da cuerpo a la libertad, "es libre quien se guía en exclusiva por la razón". A quienes les impide pensar y razonar en independencia, la iglesia los convierte en esclavos de manías limitantes de su autonomía.
Baruch define tres géneros del conocimiento. El primero es "de imaginación", gestado en la llana y particular manera de reaccionar a estímulos, antes de tomar conciencia sobre su origen, frente lo cual dejamos de razonar. Es una disposición de ánimo desorientada... la idea no ha madurado y por tanto la aceptación u oposición del sujeto es espontánea sin más. Para nosotros, la ortodoxia católica mantiene este primer impresentable género, siendo que espera de sus seguidores nada distinto a aceptar imposiciones. Impide relacionar la fe con un más allá racional.
El segundo lo refiere Spinoza como uno de contexto deductivo, identificado como de "nociones comunes". Se remite ejemplificativamente al amor, que al nacer del mero sentimiento es complementado por el esfuerzo intelectual que hacemos para entender la causa que lo generó. Lo mismo sucede con su opuesto, el odio. Concluye en que las nociones comunes permiten formar ideas desembocantes en el "fundamento de nuestro raciocinio".
El tercer género cognitivo es de carácter intuitivo. En este confluyen la imaginación y la deducción, para culminar ya no solo en los estímulos y en las causas, pero también en los efectos. En el campo que nos ocupa, la idea de Dios -para ser cabal- requiere, según sostiene el filósofo francés Ferdinand Alquié (1906-1985), de deducir de Él la esencia de las cosas y no solo ultimar en que las cosas dependen de Dios. (O)