Un recorrido por la calles de cualquier ciudad del mundo, o compartir las rutinas de la vida diaria en los hogares, en el trabajo, en los lugares públicos, revela la presencia de un fenómeno que ha causado un gran impacto en nuestro entorno y en nuestro futuro: el consumismo. Es un fenómeno caracterizado por la actitud de consumo compulsivo de bienes y servicios que en la mayoría de los casos rebasa las necesidades y las capacidades de compra de las personas. A pesar de las diferencias económicas y culturales presentes en toda sociedad, este comportamiento se manifiesta de diversas maneras y trasciende fronteras y culturas.
La búsqueda constante de bienes y servicios ha moldeado no solo nuestras economías, sino también nuestras identidades y relaciones sociales. Al contrario de la propensión al consumo para satisfacer las necesidades, es una obnubilación ante la existencia de una masiva producción de bienes fruto de la revolución tecnológica. Las personas se ven frente a una variedad de productos que superan sus necesidades. Es más, su presencia es una forma efectiva de crear, mediante la publicidad y los mensajes subliminales, nuevas necesidades. Así lo revela el afán de posesión de los nuevos modelos de toda clase de artefactos, contrariando su período de vida útil, de atender las tendencias de la moda, de receptar la influencia de los gustos de las élites o del afán de prestigio y distinción mal fundados.
El consumismo tiene raíces que se remontan a varios siglos atrás; la producción en masa permitió que los bienes se fabricaran más rápidamente y a menor costo. Esto llevó a una mayor disponibilidad de productos, al mismo tiempo que la clase media acrecentaba sus ingresos. El desarrollo de la publicidad también jugó un papel crucial en el fomento del deseo de consumo, creando una cultura en la que poseer ciertos productos se convirtió en un símbolo de estatus y éxito.
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La cultura de masas y el marketing intensificó el consumismo, pues las empresas se enfocaron en crear no solo productos sino también experiencias y estilos de vida que atrajeran a los consumidores. La sociedad moderna valora el progreso, la innovación y el consumo como signos de éxito. Esto se ha alimentado de la idea de que el bienestar personal y social está ligado al consumo de bienes y servicios, por sobre otros valores.
La interconexión de mercados a nivel mundial ha permitido la difusión de productos y marcas, promoviendo un estilo de vida consumista en diversas culturas. En las últimas décadas, la tecnología y las redes sociales han intensificado el consumismo, al facilitar el acceso a productos y crear presión social para estar a la moda o tener lo último.
El consumismo también existe en países subdesarrollados, aunque puede manifestarse de manera diferente; a menudo está influenciado por factores como la globalización, la publicidad y el acceso a productos importados. A medida que las economías crecen y las clases medias emergen, las personas pueden comenzar a adoptar hábitos de consumo prevalecientes en sociedades más ricas, buscando productos que simbolicen estatus o modernidad. Sin embargo, el nivel de consumismo puede variar considerablemente, dependiendo de la región, la cultura y la situación económica de cada país
Las crisis económicas pueden modificar significativamente los hábitos de consumismo en un país subdesarrollado. Ante la disminución de ingresos, el aumento del desempleo y la incertidumbre económica, las personas suelen ajustar sus patrones de gasto, orientándose por productos de menor costo o marcas genéricas.
Ante los altos índices de pobreza y de pobreza extrema que sufren los países de menor desarrollo, el consumismo marcha a contracorriente de los modelos de producción y consumo que deben adoptarse para atender las prioridades sociales y del crecimiento económico: la economía circular, el reciclaje, la eliminación del desperdicio, la protección ambiental, el control de productos nocivos, la salud mental. (O)