Las emociones son respuestas incontrolables a estímulos de nuestro entorno y que contrastan con la información que tenemos grabada en nuestro subconsciente. Si, por ejemplo, alguien grita "un ladrón" sentiremos una emoción fuerte que se expresa como efecto de lo que entendemos por un ladrón.
Esta introducción gana relevancia cuando la palabra que provoca el ensayo del que ésta es parte se caracteriza por producir emociones fuertes y diversas. Me refiero a la palabra "capitalismo".
Fíjate querido lector que si tu padre fue un profesor universitario estatal que vivió con las justas o tu abuelo un obrero que ganaba el sueldo básico y nunca pudo salir del todo de la pobreza, posiblemente la vibración de la frecuencia de la emoción que produce en ti esta palabra estará en el rango de los injustica-hertz.
Si, en cambio, tu padre fue un empresario que tuvo que lidiar toda su vida con un estado de corte bolchevique que se llevaba gran parte de su utilidad en impuestos o tu abuelo fue un terrateniente que perdió gran parte de sus tierras debido a invasiones ilegales apoyadas por los promotores de la equidad, posiblemente la frecuencia de la emoción que sientas esté en el rango de los furia-hertz.
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En tú búsqueda de claridad quizá te veas tentado a preguntarte quien inventó esta palabra tan peculiar que causa emociones de tan baja frecuencia para descubrir que fue nada más y nada menos que Karl Marx, el enemigo número uno del capitalismo, alguien que lo detestaba a tal punto que creo toda una ideología en torno al rechazo a este sistema, para él, de carácter opresor.
Si lo pensamos por un momento, crear algo que vamos a odiar no tiene sentido, para eso es mejor que no lo creemos y ahorrarnos una serie de sufrimientos innecesarios.
Pero aparentemente Marx no era alguien como nosotros, alguien que se dejaba llevar por lo que es mejor.
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Creó algo que odiaba y le imprimió a la palabra no solo del karma que produce las emociones feas injustica y furia-hertz, sino de una contradicción en el origen que no podía sino manifestar más contradicciones en los efectos que crearía a partir de su concepción. Como la contradicción de que las personas que no votan por él terminan huyendo de la alternativa que escogieron en las urnas y migrando a países (así es) capitalistas. O la contradicción que se expresa en la idea de que el capitalismo premia al ganador (propietario de los bienes capital) y castiga al perdedor (al desposeído).
¡Cuando es todo lo contrario!
Para entender ésta última contradicción requerimos de un análisis un tanto más profundo, agradezco desde ya la paciencia.
El futuro es de naturaleza incierta. Lo que significa que no podemos saber con certeza que va a suceder en la futura década, durante el próximo mes o en el siguiente segundo. Esta realidad hace que el hombre que quiere progresar deba experimentar en la mayoría de sus actividades, no existe otra forma de averiguar información desconocida.
En un entorno así, los fracasos van a ser siempre más comunes que los aciertos. Si supiéramos que va a suceder no necesitaríamos experimentar. En el ámbito empresarial tan solo requeriríamos construir por adelantado el producto que los clientes futuros quieren y eliminar así toda posibilidad de errar. Pero no es el caso.
Esto no es malo de por sí, pues el fracaso es un gran profesor que nunca deja de entregar un aprendizaje. Y esto nos lleva a la conclusión...
Un sistema que castiga al fracaso castiga la posibilidad de aprendizaje. Sin aprendizaje no existe posibilidad de crecimiento. Y si se elimina el crecimiento se cancela toda posibilidad de alcanzar el éxito.
De ahí que la definición de capitalismo que debemos grabar en nuestro subconsciente es esta:
"El capitalismo es un sistema que tolera al perdedor y al hacerlo le permite tener éxito".
Quién sabe si la próxima vez que escuchemos la palabra "capitalismo" en vez de pensar en un cerdo vestido con traje, corbata y fumando un habano cubano, recordemos lo que en verdad es: un sistema que la mente creó para lidiar con un futuro de naturaleza incierta. (O)