Pasados los cuarenta, es imposible agacharse sin hacer ruido. Todo se puede disimular: la menopausia, las patas de gallo y las arrugas, las canas, pero jamás se podrán evitar los ruidos. Ese es un primer síntoma, momento en el cual la edad aparece de golpe, sin previo aviso y sin posibilidad de retorno. Es como un ruido de trompeta que anuncia la llegada de los años.
El paso del tiempo no es la celebración cursi de cumpleaños con globos. Tradición que en realidad no tiene mucho sentido, aunque la presión social para festejar un año menos de vida en esta cuenta regresiva imponga lo contrario. Es un día más en el año, que coincide con el día del nacimiento de cada uno de nosotros. Por eso, salvo estos días de empalagosa recordación, no nos damos cuenta de manera consciente que las cosas están más viejas, que ahora tienen nuevas historias o que han adquirido el reposo del paso de los años.
No caemos en cuenta de cómo pasa el tiempo porque asumimos que es algo natural, que no nos pasa a nosotros ni a nuestras familias, es como oír llover, como ver el paisaje, como algo rutinario sin entender que se va, despacio y de manera constante. El tiempo no falla. Siempre llega o siempre está para cada uno de nosotros. Por eso, este tipo de cosas las vemos a la distancia y no nos damos cuenta de que es algo que lo debemos aprovechar. A veces pensamos que somos interminables, que somos de goma y que podemos dejar las decisiones para otro momento.
No estoy hablando de la vejez, que es una etapa que se termina con la muerte y empieza cuando uno decide ser viejo (ser joven no es una cuestión de edad, sino de actitud). No, todo lo contrario, se trata solo del paso del tiempo. Ese que llega de sopetón y a trompetazos. No te das cuentas porque todos los días ves la misma cara en el espejo. La panza crece de manera imperceptible y cuando menos lo esperas, te das cuenta de que ya no tienes quince o veinticuatro o cuarenta y ocho. El pelo se cae de uno en uno y ya no quieres salir los viernes por la noche. Uno ve el mismo paisaje, la misma oficina, el mismo país hasta que un día, de manera imprevista, llega un destello de lucidez y pone las cosas en orden. Usualmente, acompañado de un ruido fuerte. Como un trueno. Sin duda, es un aviso que no puede pasar desapercibido.
A todos nos pasa el tiempo por igual. Para todos los miles de millones de seres humanos que existen el minuto tiene sesenta segundos. Ni más, ni menos. Pero para el paso del tiempo no hay remedio, así que hay que aprovecharlo. Un bellísimo poema de Kavafis, de nombre Ítaca, resalta la importancia de disfrutar del camino. La gracia no es llegar a Ítaca, sino aprovechar al máximo el tiempo que tome la aventura y llenar de recuerdos al cuerpo (muchas cicatrices) y a la cabeza. El viaje siempre es más importante que la meta.
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
Así que sal ahora, abrázate con desconocidos, que te asalten amaneceres, que te quieran mucho, que te brinden un toro, que tengas miel en tus lunas, que te levanten la falda. Para eso, hay que patear piedritas por las calles, pisar hojas secas descalzo y disfrutar el camino. Si pasan estas cosas, entonces el paso del tiempo, que llega, habrá valido la pena. (O)