Expresso o capuccino, americano o late, más allá de las diferencias técnicas de sabor, el café tiene un esencial objetivo, con una taza en la mano, se puede conversar y compartir. El café cuenta con más virtudes que defectos, sus iluminados partidarios a menudo tienen, en ciernes, las soluciones de casi todos los problemas de la humanidad, quizá por aquello que decía Honoré de Balzac …el café acaricia la sensibilidad y le da una claridad y agudeza extraordinarias a la gente…
Sin duda, la fascinación por esta bebida, cuyo origen etíope se remonta alrededor del siglo IX, es evidente. La leyenda del pastor Kaldi y sus cabras hiperactivas podría ser su génesis, desde ese tiempo y luego de su expansión al mundo árabe, Europa y América, el café se ha convertido en el compañero diario de moros y cristianos en el mundo entero.
Entre sorbo y sorbo, la magia del café, es generadora de buenas y malas ideas, depende del pensador, pero sin duda, es una magia sanadora por naturaleza, tranquiliza los nervios, aunque luego en algunos, desata una ansiedad sin control.
El aroma que surge del café es para muchos gratificante, en cambio para otros tantos, resulta inspirador, sentarse a escuchar con atención y disimulo los casos y cosas de la gente, por decir lo menos es entretenido, imaginar sus historias de vida, caóticas o no, se hace interesante y provoca sacar todo tipo de conclusiones y soluciones, claro está, siempre para la vida ajena, muy pocas veces para la propia.
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Sin solución de continuidad, en una cafetería, se abordan innumerables temas, desde la filosofía griega hasta los últimos gritos de la moda en Milán, París o Nueva York, pasan los comentarios de manera vertiginosa a millares surgir, se habla con solvencia y de un rato al otro, de geopolítica, leyes y remedios caseros y naturales.
Según el estado de ánimo de los cafeteros se puede encontrar verdaderos consultorios de tratamiento mental y sentimental, las amiguis confesando sus más íntimos secretos, sus amores y desilusiones que, normalmente van acompañadas de risas pícaras o llanto desconsolado, siempre momentáneo, porque hay que volver a la oficina.
Los jubilados, en el café, miran pasar el tiempo y la gente, otros veteranos discuten necedades, se alegran y se enojan al mismo tiempo, pero siempre vuelven, se esperan y se extrañan. Las conversaciones de viejas aventuras, glorias y proezas se repiten constantemente, siempre se escuchan con atención, como la primera vez, en el café no se puede salir del chat, se discute, se pelea y se reconcilia como hace la gente decente.
En el ámbito político muchas historias se pueden contar, conspiraciones, revoluciones, crímenes, magnicidios, apresamientos y fugas, todo preparado y al amparo, entre otras bebidas, de café. Existen cafeterías emblemáticas cuyos nombres, a través del tiempo y las circunstancias, se repiten y repetirán recurrentemente, el Café Puskin de Moscú, el Café Gijón de Madrid o el Café Parcería del barrio de Triana en Sevilla, el Café Zurich de Barcelona,-kilómetro 0 de esa bella ciudad española, el Café Procope de París o el Boston Tea Party que desechó el té británico y optó por el patriótico café americano, quizá por ello se dice que el presidente Roosevelt, irredento aficionado a la cafeína, tomaba hasta un galón de café al día. En Colombia, por ejemplo, la Federación Nacional de Cafeteros ha sido, en muchas ocasiones, determinante en la conducción política y económica del país.
Con el café se ha gestado grandes negocios, amores y amistades, muchas relaciones empiezan y terminan con una taza de por medio, los artistas y sus creaciones no son la excepción, siempre habrá quien tararee Moliendo café o disfrute el Café para Platón de Ubiergo y se deleite con The Cofee Song de Frank Sinatra o One More Cup of Cofee de Bob Dylan.
La simbiosis que existe entre los mundos del café y la cultura es indisoluble, existen miles de sitios en donde se los venera conjuntamente, los poetas le han cantado con excitación y arrebato, Pablo Neruda en su Oda al Café componía: …Que bien hueles café, a tierra recién nacida, a agua de marina cueva… mientras que Mario Benedetti borroneaba: …una taza de café es un vicio, una rutina, pero es también un placer, que se transforma en poesía…es aroma que encadena, es sabor que siempre queda, es amigo en la tristeza, y en la dicha compañía…
En tanto que, el inmenso Borges escribía: …lo sabe el mar, lo saben las estrellas, ese elixir que otorga el insomnio y la vehemencia, ese humo negro que antecede al alba…
A nosotros los terrenales, en cambio, solo nos resta apurar una taza, en el café soñado de Levante, escuchando a lo lejos, cantar a la Zarzamora, entre palmas y alegrías… (O)