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En la actualidad, el mero intercambio de palabras resulta insuficiente y peligrosamente ha entrado en un alarmante proceso de extinción o por lo menos, de uso restringido, hoy asistimos a una interacción simbólica mediada por complejos y misteriosos códigos binarios, inteligencia artificial y la omnipresencia del internet.

26 Marzo de 2025 13.07

Reflexionar sobre la nueva era de la comunicación dejó de ser un tema exclusivo de y para especialistas, se ha convertido, desde que hay tantos reporteros como ciudadanos y teléfonos, en un asunto de interés y preocupación global. "El medio es el mensaje" sentenció McLuhan en sus análisis comunicacionales que, han sido referentes ineludibles entre los estudiosos de la materia, hoy se podría afirmar que "el mensaje es un meme, el medio es un algoritmo".

En la actualidad, el mero intercambio de palabras resulta insuficiente y peligrosamente ha entrado en un alarmante proceso de extinción o por lo menos, de uso restringido, hoy asistimos a una interacción simbólica mediada por complejos y misteriosos códigos binarios, inteligencia artificial y la omnipresencia del internet. La metamorfosis radical del lenguaje es una realidad y la forma en que nos entendemos o creemos entendernos, puede resultar, al final del día, un verdadero galimatías o talvez no.

Desde los días en que Platón temía que la escritura erosionara la memoria, hasta la era de los tuits X de 280 caracteres, con o sin espacios, la comunicación ha sido herramienta para construir y destruir, amenazar y vanagloriar. "La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha" afirmaba el escritor y filósofo francés Michel Montaigne, pero ¿qué ocurre cuando la palabra ya no tiene un único emisor y un receptor determinado, sino un enjambre de redes neuronales procesando nuestras emociones para segmentarnos y encasillarnos como audiencia? En ese caso, nos encontramos en un presente donde la comunicación ha mutado, pasamos de la dialéctica de Sócrates a la dialéctica del click.

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Curiosamente atravesamos un tiempo en el que las nuevas tendencias de la comunicación hacen gala de una tecnología que parecería abarcarlo y saberlo todo, sin embargo, la desinformación, a nivel colectivo, es exasperante y la incomunicación, a nivel familiar, es triste. El dialogo directo y la conversación fluida han perdido la batalla, ante la avasalladora presencia de las redes sociales que, al decir de Umberto Eco "les han dado voz a legiones de idiotas", el ruido a suplantado al contenido y el escándalo ha vencido al análisis. El internet es al mismo tiempo, la mismísima Biblioteca de Alejandría y la desconcertante Torre de Babel.

El coreano Byung-Chul Han, brillante pensador de estos tiempos, cuya lectura es obligatoria para estas disquisiciones, en su "Infocracia" hace una extraordinaria y didáctica analogía: "Los influencers son venerados como modelos a seguir, los seguidores participan en una eucaristía digital, los medios son como una iglesia, el like es el amén, compartir es la comunión y el consumo es la redención". La paradoja es inevitable, el smartphone es el antiguo foro romano, se debate, se enjuicia, se discute, se pelea y se aniquila, todo con un click, en todas partes y a toda hora.

Es evidente que, la comunicación no ha muerto, pero ha cambiado de piel, a fin de cuentas, como afirmaba Nietzsche: "No hay hechos, solo interpretaciones" y en un mundo donde el significado es maleable y reemplazado por simulacros, la verdadera resistencia es aprender a leer entre líneas y más allá de la pantalla.

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El mundo entero ha sufrido transformaciones, unas dramáticas y otras necesarias, la nueva, renovada y más humana normalidad de la que se hablaba en tiempos de post pandemia, nunca se concretó, los seres humanos no aprendimos la lección, tropezamos y tropezaremos siempre con la misma piedra, las guerras, los conflictos y los trastornos sociales conducen a la irracionalidad, los valores que creíamos inmutables, se van trastocando de manera vertiginosa, precisamente por la carencia de una comunicación certera, fluida y asertiva. Muchos han detectado el problema, tenemos el diagnostico, sabemos cuál es el remedio, pero pocos hablan de dar un paso más o los que hagan falta.   

Confieso que estuve tentado a terminar este texto con una imploración y ruego, me parecía que lo más adecuado, ante tanta insensatez, sería pedir al cielo que caiga el meteorito de una vez por todas, pero al ver la posibilidad cierta y matemática de terminar aplastados como cucarachas, prefiero ajustar las velas y seguir adelante, hasta cuando haya como... (O)

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