Desde el 23 de septiembre de 2024, Ecuador enfrenta prolongados cortes de luz que en algunas zonas alcanzan hasta 14 horas diarias. Además, el país está sufriendo la peor sequía de los últimos 60 años. Considerada la mayor crisis energética de los últimos 15 años, esta situación deja más dudas que certezas; por el momento, solo se sabe que posiblemente la crisis termine en diciembre de este año.
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Para el sector empresarial, cada hora de racionamiento representa pérdidas de 12 millones de dólares. ¿Y qué ocurre con la educación en medio de esta crisis? El Ministerio de Educación ha emitido lineamientos pedagógicos que promueven tareas de corta duración, utilizando recursos disponibles en casa que no dependan del acceso a internet ni de energía eléctrica. Estas tareas incluyen:
- Diario reflexivo: Una herramienta para que los estudiantes registren sus reflexiones personales a partir de preguntas de metacognición.
- Preguntas de metacognición: Preguntas que fomentan en los estudiantes una reflexión estructurada sobre sus procesos de aprendizaje y métodos de estudio.
- Rutinas de pensamiento: Esquemas que ayudan a analizar experiencias y aprendizajes adquiridos.
El objetivo es garantizar la continuidad educativa, sin embargo, la falta de electricidad va mucho más allá de un inconveniente pasajero: afecta directamente el derecho a la educación y el progreso académico. En un mundo en constante cambio e innovación, los estudiantes ecuatorianos han vuelto a depender de velas para iluminar sus tareas, a realizar sus trabajos académicos en altas horas de la noche tras largas esperas para que regrese la electricidad, sacrificando horas de sueño. Todo esto se suma a la frustración y el estrés por tareas incompletas o plazos incumplidos, afectando tanto el rendimiento y bienestar de los estudiantes como el de los docentes, quienes han tenido que adaptarse a constantes crisis desde la pandemia.
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Si bien la crisis de aprendizaje parecía estar en proceso de superación después de la pandemia, hoy volvemos a un estado de retroceso, lo que agrava aún más las brechas educativas y evidencia las desigualdades. Mientras el sector empresarial ha expresado su malestar por esta crisis, es necesario también escuchar voces que aborden las consecuencias que esta crisis energética trae al ámbito educativo.
Ya lo he dicho antes: los ecuatorianos somos resilientes. Estudiantes y docentes se esfuerzan por adaptarse constantemente; sin embargo, no debería costar tanto. La educación es un pilar fundamental y requiere garantías básicas en infraestructura, incluyendo hoy en día la energía eléctrica. Solo así podremos emprender planes de mejora que nos liberen de estadísticas desalentadoras, como el hecho de que 8 de cada 10 estudiantes de bachillerato no alcanzan el nivel mínimo de competencia en lengua y literatura (Ineval, 2024). (O)