Ecuador enfrenta una de las sequías más severas de su historia, un claro reflejo de la crisis climática global y de la interconexión entre los sistemas sociales, económicos y ecológicos. No se trata solo de un fenómeno ambiental; su impacto en la vida de miles de personas pone en evidencia la necesidad urgente de adoptar una visión sistémica de la sostenibilidad, una que integre lo ambiental, lo social y lo económico para abordar de manera efectiva los desafíos que enfrentamos.
En su encíclica Laudato Sí, el Papa Francisco nos recuerda que la naturaleza es nuestra "casa común" y que sus recursos no son inagotables. La sequía que golpea a Ecuador no es solo un accidente natural, sino una consecuencia de décadas de explotación desmedida de los recursos y de la falta de una planificación de desarrollo basada en criterios de una ética ecológica e intergeneracional que respete los límites del planeta. En este contexto, surge una pregunta esencial: ¿Cómo podemos construir un futuro en el que el progreso no esté reñido con la preservación de nuestro entorno y el bienestar de las comunidades?
Una visión sistémica de la sostenibilidad nos exige un cambio profundo en nuestra manera de entender el desarrollo. No podemos limitarnos a soluciones aisladas o paliativas. Debemos integrar políticas de conservación ambiental, manejo eficiente del agua y prácticas agrícolas sostenibles, con la promoción de la equidad social y el respeto por la dignidad humana. La sostenibilidad no es solo una cuestión ecológica, es una cuestión de justicia.
El desarrollo sostenible debe ir más allá de la gestión eficiente de los recursos naturales; también debe garantizar que las futuras generaciones puedan disfrutar de los mismos derechos y oportunidades que tenemos hoy. Este enfoque intergeneracional implica un compromiso ético que se refleja en la necesidad de respetar la capacidad regenerativa de los ecosistemas, evitando su explotación excesiva y destructiva. La crisis climática, y en particular la sequía, nos recuerda que el desarrollo basado en la extracción ilimitada de recursos es insostenible.
El Papa Francisco también nos insta a reconsiderar el papel de la tecnología en este contexto. En Ecuador, y en muchas otras regiones, el reto no solo es incorporar tecnología para gestionar mejor los recursos, sino hacerlo sin comprometer los límites ecológicos del planeta. La tecnología debe estar al servicio de las personas y del bienestar común, no de intereses económicos que perpetúan la desigualdad. Aquí es donde una visión sistémica se vuelve crucial: no se trata solo de soluciones técnicas, sino de decisiones políticas y éticas que deben guiar el uso responsable de la tecnología en la gestión de los recursos naturales.
Un aspecto esencial de esta transformación es la educación. Las instituciones educativas juegan un papel fundamental en la formación de ciudadanos conscientes de la crisis climática y comprometidos con la sostenibilidad. Pero la educación, al igual que otros aspectos de la sociedad, debe ser vista como un sistema interrelacionado. No basta con impartir conocimientos técnicos; es necesario cultivar una conciencia ética y humanista que permita a las nuevas generaciones tomar decisiones responsables en favor del bien común y del medio ambiente. Las universidades tienen una responsabilidad clave en conectar la investigación, la innovación y el conocimiento con los problemas reales que afectan a las comunidades, ofreciendo soluciones integrales y sostenibles.
El cambio climático nos confronta con una realidad ineludible: la sostenibilidad no es una opción, es una necesidad urgente y una responsabilidad compartida. Al igual que los ecosistemas necesitan tiempo, cuidado y regeneración, nuestras sociedades deben aprender a vivir dentro de los límites del planeta, promoviendo relaciones más equilibradas entre las personas y su entorno natural. Solo a través de una visión sistémica, que aborde la sostenibilidad en todas sus dimensiones —ambiental, social, económica y ética—, podremos enfrentar los desafíos actuales y garantizar un futuro más justo y habitable para todos.
Ecuador, en esta crisis, tiene una oportunidad única de repensar su modelo de desarrollo y liderar un cambio hacia una sostenibilidad integral que no solo abarque la preservación del medio ambiente, sino también la dignidad humana, la justicia social y el bienestar de las generaciones futuras. Este es el camino hacia un verdadero desarrollo, uno que no comprometa la capacidad del planeta para sostenernos y que asegure una vida digna y próspera para todos. (O)