Nada es normal. En esta época de normalidad, nada es normal. Ni el frío, ni el agua o la sangre que se derrama. Menos cuando son agujeritos por los que brota incontenible. El miedo no es normal, aunque sea normal sentir miedo. El valiente supera el miedo, no lo anula. Se sobrepone. Como toreros o como quien estira el dinero para dar de comer a sus hijos. Como cada uno de nosotros en esta guerra absurda que nunca debió llegar. Pero sin embargo llegó. Llegó de manera sistemática desde hace muchos políticos, luego de la vuelta de un lunes cualquiera en el que andábamos despistados pisando hojitas secas por la calle, que ese es el deber primordial de todo ciudadano.
Me hubiera encantado deshojar domingos en un Ecuador más tranquilo, pero parece que no va a poder ser. El desmantelamiento del Estado no fue espontáneo y al final del día no nos dimos cuenta sino hasta que fue tarde. Sin embargo, no nos pueden vencer. Me hubiera encantado navegar por el Puerto de los Abrazos Enlatados, tan bien que nos iba en ese mar tranquilo hasta solo un par de años. Sin embargo, a pesar de que la travesura de mojarse el pie en una acequia puede ser remoto en medio de tacos de dinamita, también es cierto que lo único que nos queda somos nosotros.
Ahora que las balas zumban nuestras cabezas, ¡hay que ganar esta guerra! Para eso, debemos contar con nosotros mismos. Cuando caminamos por las calles y vemos militares y policías que nos protegen, apoyémosles. Cuando veamos o reconozcamos delincuentes (hasta los de cuello blanco), denunciémosles o dejemos de votar por ellos. El trabajo es de todos porque nos necesitamos. La vida es ahora y lo mejor que tiene este país siempre ha sido la posibilidad que nos da de poder bailar. Este país de la marimba que se baila con los pies descalzos y el alma debe hacer conciencia de que la única forma de poner los pies sobre la tierra es dándose cuenta de la realidad por la que atraviesa. Que somos nosotros los que dimos el voto a narco-candidatos que luego usaron el poder a su favor y en nuestra contra. Si no entendemos que necesitamos del otro, no vamos a sobrevivir.
Por eso, Ecuador, cuenta conmigo. Porque es necesario sumar a restar, juntarnos como esos héroes sin capa y sin publicidad que asoman por la calle desinteresadamente, porque es la forma de hacer bien las cosas. Ecuador, cuenta conmigo porque es necesario dejar las armas, porque a pesar de que las bandas delincuenciales son una forma de emplear a las personas, nunca es la vía. El crimen siempre paga mal a sus devotos. La Virgen de los Sicarios no solo es una extraordinaria novela de Fernando Vallejo, sino que es la demostración de la contradicción absurda en la que vivimos: la del sicario, experto en asesinar, que se contrasta con su religiosidad y devoción. Al final todos se matan, que es la manera que tienen los delincuentes de acabar sus vidas. No sé de ningún sicario que tenga canas o arrugas.
Ecuador es verde, es un próximo abrazo azulado, es ese lugar al que siempre regresas. Nunca es ex, a pesar de cualquier desamor. En cada uno de nosotros es historia, la nuestra, la que construimos y que tiene aroma de mujer (o de hombre), tierra, ríos, flores, camarones, alcantarilla. Al final del día, es parte de nuestras decisiones y las personas con las que te rodeas en el lugar donde juegas. Por eso cuento contigo, ex o no ex, porque donde hubo amor no es comprensible que no haya amistad.
Ya nada es normal, ni siquiera el sol que sale por el este de este cielo mientras desayuno. Ni la mirada verde que se posa en las hojas de los desubicados árboles sin nombre que florecen. Por eso, cuenta conmigo para salir adelante, porque si no nos apoyamos, héroe sin capa, Ecuador desangrado, no lo logramos.
Nadie vuelve a ser lo mismo dos veces. Ni las personas. De este trance no hay vuelta atrás, pero hay que salir cuanto antes. Se vuelve a construir, siempre, pensando en un futuro mejor, más próspero para todos. Si sabes contar, cuenta conmigo. Nos necesitamos el uno al otro, hoy más que nunca. Yo creo en Ecuador. Por eso, ¡cuenta conmigo! ¿Y tú?