Es ampliamente superado en muchos países pero en el Ecuador sigue siendo materia de discusión, no solo de los versados en ciencias políticas o sociología, sino para buena parte de la sociedad. Poco se analiza sobre la bondad de una determinada política pública pero se convierte en discusiones eternas si una determina acción de gobierno se considera de izquierda o de derecha. Esta forma de calificar a las decisiones de cualquier gobierno o darle “color” a cualquier movimiento del ejecutivo repercute no solo en la viabilidad práctica de las políticas públicas sino que entorpece muchas iniciativas que pueden ser beneficiosas para el bien del país.
Muchos fanáticos repiten con vehemencia y constante frecuencia de las políticas neoliberales de los gobiernos y sus perjuicios a los más necesitados sin entender si realmente han existido tales políticas. Tampoco se han dado el trabajo de analizar si el perjuicio a sectores menos favorecidos ha venido más bien por decisiones populistas y acciones más de corte socialista. Que el neoliberalismo ha fracasado porque han fallado sus políticas es un comentario tan impreciso como generalizar a todos los políticos de corruptos y deshonestos. Lo que si se han presentado son programas de gobierno equivocados y políticas económicas erradas donde unas acciones pueden haber sido más de inclinación de mercado y otras, inclusive aplicadas al mismo tiempo, hayan sido de corte populista y otras con sesgos socialistas. Es decir, lo que en la realidad ocurre es que hay políticas económicas equivocadas y otras acertadas sin que ellas necesariamente correspondan a alguna línea determinada del pensamiento económico.
Esto no es un tema nuevo. Ya lo han expresado economistas como el norteamericano James Kenneth Galbraith o como los ex presidentes Fernando Enrique Cardoso de Brasil o Ricardo Lagos de Chile. La mejor política económica es la que mayores beneficios brinda a la población sin importar si su corte es más cercano a una u otra forma de ideología económica. El querer encasillar a las políticas económicas dentro de una determinada ideología del pensamiento económico no contribuye a mejorar la gestión de ningún gobierno, es más, la entorpece por buscar darle a las acciones gubernamentales colores que no agregan ningún valor a los resultados. Lo importante es que las decisiones se acoplen de las necesidades sociales de una forma pragmática y no ideológica. Un error de bulto para un hacedor de política económica es pretender hacer una gestión concentrando sus acciones en un enfoque puntual de pensamiento económico.
Un ministro de estado responsable de asuntos económicos debe aplicar políticas acertadas sin importar si su contenido encaja más o menos en uno u otro lineamiento de política económica. Si es el Estado quien debe actuar en cierto ámbito pues debe hacerlo, no obstante, si es el mercado o el sector privado quienes deben actuar, pues entonces deben participar. Por esa razón, la definición del rol del Estado en la economía y su campo de acción es fundamental, pues pondría ciertos límites a las acciones gubernamentales y aquellas del sector privado.
Sin embargo, debe insistirse que el Estado tiene como su representante al gobierno por lo que es el actor que establece las políticas, quien fija las normas, quien sanciona y quien vela por el bienestar social. El Estado no es empresario, no porque no lo pueda hacer, sino porque los incentivos para una gestión primordialmente privada, son distintos. En general el Estado no es un buen administrador, los recursos que maneja siendo públicos no buscan el lucro como lo es en el ámbito privado. Sin embargo, las políticas públicas en materia de educación, salud, seguridad, justicia y seguridad social, si son de su competencia directa. Cuando participa en roles empresariales generalmente desperdicia recursos y distrae su accionar que debe estar dirigido a los campos anotados.
Es fundamental el pragmatismo en la política económica, definir el rol del estado en la economía de manera clara y evitar la ideologización de una gestión de gobierno, no porque no exista sino porque produce distanciamientos en lugar de concretar consensos. (O)