Hemos creado un entorno de buenos y malos. Y digo hemos porque juzgar nos sale así, como por inercia. Y porque aquello que no coincide en nuestra escala de colores, simplemente queda descartado.
Me van a permitir que les cuente una historia. Hace poco conversaba con un proveedor que me explicaba cómo, a ratos los empresarios, a ratos las empresas, toman ventaja sobre la gente. Esto les sonará mucho: sus arcas se llenan y se llenan, mientras otras están cada vez más vacías. Lo vean desde un ángulo u otro, definitivamente esto no es nuevo.
La sorpresa vino cuando le respondí que él también era empresario. Imaginen su expresión… creo que si le hubiese dicho algo feo lo habría encajado mejor.
Cuando lo conocí, hace ya varios años, tenía un vehículo. Ahora tiene tres, con los que da trabajo y a varias personas que así pueden obtener ingresos. Ha ahorrado, ha invertido y trabaja muchas horas por un futuro mejor, para él y para los suyos. No cabía en sí del asombro. Era (es) un empresario, pero además la realidad es que la mayoría de los empresarios son como él o han empezado de forma similar.
Esto muestra la importancia de la narrativa, de cómo contamos las cosas. La comunicación importa, cada día más. No solamente lo que decimos, sino cómo lo decimos. No es algo nuevo, hace miles de años el filósofo chino Confuncio ya enfatizaba en cómo las palabras adecuadas influyen en el compromiso de las personas, en su actitud y forma de reaccionar. De ahí que valoremos tanto la ética y la deontología en este ámbito.
Por ello, en algunos entornos de la región, una palabra -empresario o empresaria- que refleja esfuerzo, riesgo, compromiso y orgullo, se ha convertido en un señalamiento. Lo que hay detrás no es maldad, ni siquiera una ignorancia intencionada. Solamente falta una explicación, sencilla, que genere empatía y facilite su comprensión. Estas son las consecuencias que genera el vacío de comunicación, un espacio que cuando no llenamos nosotros, llena otro con su consecuente impacto.
El lenguaje es la herramienta más poderosa que tenemos para comunicarnos y dar forma a nuestras ideas, creencias y valores. A través del lenguaje, no solo expresamos nuestra comprensión del mundo, sino que también moldeamos y perpetuamos la cultura que nos rodea.
El qué decimos refleja, cuando es reiterativo, qué pensamos. Por eso el cómo adquiere tanta importancia y es sujeto de estudio en neurolingüística. Un amigo no entendía porqué le corregía al decir que él ayuda a su pareja con el cuidado de los niños, si en el fondo sabes lo que quiero decir. Le dije que no ayuda, son sus hijos, también son su responsabilidad. Me dijo que era lo mismo y que su pareja lo sabe. Pero no es así. Cuando yo ayudo a alguien, inmediatamente estoy depositando la responsabilidad de lo que hay que hacer en esa persona, yo solamente soy un apoyo externo. La diferencia entre me ocupo de mis hijos a ayudo con los niños, es la asunción de responsabilidad y cómo afecta a la otra persona. El ejemplo da juego, desde muchos puntos de vista, pero el objetivo en este caso es mostrar en algo tan cotidiano, la necesidad de mejorar cómo nos expresamos, porque todo empieza ahí.
La pedagogía y la comunicación comparten aquello con lo que se les confunde y no son: repartir información. Muy al contrario, buscan una profunda comprensión y reflexión crítica. La comunicación estratégica, empleada como herramienta pedagógica, puede promover un cambio cultural significativo, desafiando y cambiando percepciones y actitudes arraigadas. Porque el lenguaje y el pensamiento caminan al mismo ritmo. (O)