El año escolar en el régimen Sierra - Oriente inició hace casi tres semanas y es usual que, muy temprano en la mañana, veamos a estudiantes esperando su transporte escolar o a padres llevando a sus hijos a la escuela. Podría decirse que, en una vereda se encuentra esta realidad y en otra, siendo ya muy común, se observan escenas cada vez más crueles de niños, niñas y adolescentes que se encuentran trabajando en las calles, en el mejor de los casos acompañados de sus padres, pero evidentemente sin ir a la escuela o colegio.
Lo cierto es que existe deserción escolar. En el país 4.1% de niños y adolescentes abandonó la escuela o el colegio este año y hay una disminución de un 3% de estudiantes matriculado. Se ha detectado alrededor de 11 factores que provocan esta deserción, entre los que más influyen:
- Falta de recursos económicos 24.5%
- Poco interés por estudiar 23%
- Padres adolescentes 9%
Todos estos datos corroborados por el Ministerio de Educación y el INEC.
Pero vuelvo al contexto y no solo para sensibilizar sino para que la realidad que vivimos los ecuatorianos y los niños, niñas y adolescentes que este año no asisten a las aulas no se convierta en algo cotidiano y mucho menos se lo llegue a normalizar.
Una persona que deja de aprender termina incrementando una brecha a nivel cognitivo, pero también a nivel social, resta sus posibilidades de tener una vida digna y de calidad. La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo, así lo decía Nelson Mandela, pero en nuestro país parecería que esta frase no calza, no al menos en los miles de familias que por necesidad de cubrir lo más básico no han enviado a sus hijos a la escuela y algo más grave los obligan a trabajar, suprimiendo todos los derechos que poseen.
El segundo factor sugiere que hay poco interés por estudiar, este aspecto es también preocupante, diría que incluso desalentador, porque nos da pistas de cómo es vista la educación en el país, su importancia y la prioridad que tiene. Se puede inferir que estudiar para esa población que representa el 23% no garantiza ninguna solución a las crisis por las que se esté atravesando, así esto sugiere que la educación no es una prioridad. Además, también nos puede dar a entender que estudiar no es garantía de nada y por tanto no vale la pena plantearse metas y menos motivarse por alcanzar logros a nivel académico.
Por otro lado, ese 9% refleja una crisis actual que afecta a los adolescentes que llegan a ser padres y que por obvias razones no priorizan la escolarización de sus hijos, en muchos casos quizá porque ni ellos mismo podrán finalizar sus estudios, solo siete de cada 10 estudiantes secundarios terminan el bachillerato, según datos del INEC.
En esta columna me he quedado sin opiniones sobre cómo resolver esta problemática, porque no siento tener respuestas y tampoco que esté en mis manos y menos en la de los ciudadanos, creo que la responsabilidad está en la cabeza, en nuestros líderes y en quienes nos gobiernan, porque son quienes deben garantizar el derecho a la educación para todos y todas las niñas, niños y adolescentes.
Entonces hay una deuda pendiente, deuda que cada día se hace más y más grande, deuda que genera brechas, inequidad e injusticia.
Los niños que están en las calles se privan de aprender, de jugar, de soñar en un futuro mejor, se distancian de lo que realmente deben hacer a su edad: vivir y soñar. Y algo más, están privados de ser los futuros transformadores del mundo.
Se han vulnerado sus derechos ¿qué futuro les espera? (O)