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Crisis en Afganistán
Columnistas
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La rendición de Estados Unidos en Afganistán significa el triunfo del nacionalismo, del mito de lo originario y un nuevo ejemplo de culto al pasado; un fenómeno de nuestro tiempo que se vive en Asia, Europa o Latinoamérica.

27 Agosto de 2021 09.45

En Kabul ha sido derrotada la civilización cristiana-occidental; mejor dicho, se ha rendido. Occidente está escandalizado al ver a quienes consideraba remedos de soldados envueltos en trapos, victoriosos sobre el ejército que consideraba el más poderoso del mundo. El comandante de los victoriosos, en un mentiroso gesto de magnanimidad, ha ofrecido permitir la escapada de los rendidos y ha ofrecido un gobierno inclusivo que respetará a las mujeres. El comandante derrotado, ha simulado creerle y ha justificado su rendición asegurando que nunca tuvo sentido la misión, al preguntar, después de 300.000 muertos: "¿Quieres que tus hijos mueran en Afganistán? ¿Para qué?" El hombre que ha pasado toda su vida en el congreso norteamericano y nueve años en la Casa Blanca encuentra ahora que luchar por la libertad y dar la vida por ella, no tenía sentido si los soldados afganos no estaban dispuestos: "Un año o cinco más de presencia militar no habrían supuesto ninguna diferencia si el ejército afgano es incapaz de defender su país".

Todos los países que acompañaban a Estados Unidos en la misión democrática en Afganistán han salido también atropelladamente y culpando entre dientes a su socio. Eran los defensores mundiales de la libertad y la democracia, los custodios de los valores de la civilización. ¡Qué deprimente para los ciudadanos del mundo que compartían esas creencias! ¡Qué victoria para los regímenes totalitarios que desprecian esos valores!

¿Cómo fue posible que esos harapientos soldados tengan tanto valor, exhiban tanta persistencia y hayan logrado tal victoria? ¿Qué inspira a estos combatientes para luchar contra los ejércitos de Estados Unidos y Europa y antes de ellos Rusia? Hay una motivación religiosa, por supuesto, y no hay combate más encarnizado y permanente que la lucha contra los infieles, contra satán. Hay también una confrontación de civilizaciones que es muy difícil de entender cuando estamos inmersos en ella. Los combatientes Talibanes tienen una visión extremista del islam y no conciben los valores occidentales como la igualdad de la mujer. Por eso Estados Unidos pensó que la educación sería la vía más rápida e irreversible para conseguir lo que se proponían como meta en Afganistán: crear un régimen libre y democrático a imagen de occidente.

Cuando los Talibanes fueron derrotados, hace 20 años, se estimaba una población escolar de 900.000 niños, todos hombres. En 2012, una década después, el número de estudiantes había subido a ocho millones y el 37% eran mujeres. Sin embargo, periodistas y políticos que pasaron por Afganistán, dudan de que el país haya cambiado como imaginamos. De acuerdo con una encuesta realizada en 2019, citada por Henry Olsen, casi el 75% de los afganos pensaba que la mujer debe aparecer en público solo si está cubierta de negro de pies a cabeza. Un 32% dijo que deben usar burka que no permite ver ni los ojos, un 28% nikab que permite ver los ojos y un 14% chador que permite ver el rostro.

Proliferan en nuestro perplejo mundo, desde Kabul hasta Quito, toda clase de movimientos religiosos, nacionalistas, independentistas; todos tienen en común la obsesión por mirar al pasado, el sacro respeto por lo originario, la necesidad de la uniformidad la sobrevaloración de lo colectivo. Desde los Talibanes, pasando por los nacionalistas catalanes hasta los movimientos indigenistas latinoamericanos, todos tienen un sustrato común: lo indiscutible de lo originario, la persuasión de que lo pasado fue mejor, el rechazo a los diferentes, la censura a los disidentes.

Descifrar lo que ha ocurrido y determinar cuándo dejamos de creer en el progreso para abrazar la idea de que nuestro futuro está en el pasado, parece tarea de la sicología social y sobre todo de la filosofía. Fernando Sabater explica la novelería de los nacionalismos y los independentismos como un intento desesperado por encontrar algo absoluto en un mundo de relativismos. "Como la doctrina en boga es que las opiniones se equivalen, que cada cual tiene la suya y todas deben ser respetadas (es decir, que no hay forma racional de decidir entre ellas), recurrir al origen es lanzar sobre el tapete el comodín irrefutable que zanja toda discusión subjetiva porque es previo a la configuración de las subjetividades. Las opiniones expresan la voluntad de cada cual, pero lo originario es anterior y más profundo que cualquier voluntarismo? El origen no está sujeto a debates ni a caprichos, no admite componendas ni por tanto revocación. Ateniéndose al origen uno puede autoafirmarse de forma plenamente objetiva, sin intercambiar explicaciones con la subjetividad del vecino ni admitir sus quejas."

La consecuencia de este truco de apelar al origen es que al ser común y para todos igual, el colectivo se yergue superior e inevitable sobre el individuo y al ser inamovible solo cabe el rechazo del diferente y la exclusión del disidente. La mitología del origen cultiva la superioridad de lo colectivo porque el individuo es siempre imperfecto y no encarna a cabalidad ese origen ortodoxo e inmutable. Cuando se habla de un pueblo en virtud de su origen, se excluye la posibilidad del mestizaje; si un pueblo se mezcla con otro ya no es original, igual si el individuo no encarna los valores originales, ya no pertenece más a ese pueblo. Sabater concluye su reflexión señalando que lo universal no es originario ni tampoco los derechos humanos, porque cualquiera puede acceder a ellos, o todos, y por tanto no permite la diferenciación.

El fallido diálogo del gobierno con la Conaie es una prueba de las dificultades que tiene la organización indígena para integrarse. La posibilidad de formar parte de la colectividad nacional provoca cierto vértigo porque acecha la idea de la disolución como pueblos originarios. Los dirigentes se han escandalizado con la sugerencia de que la organización se ha entregado al gobierno, sugerencia que bien puede haber surgido en el mismo seno de la Conaie. La respuesta ante el peligro ha sido afirmar su autoridad estableciendo nueva fecha y nuevas condiciones para el diálogo, que ya no puede ser diálogo por ausencia de una condición: un mínimo de confianza mutua. Buscan, según la proclama, "que el gobierno escuche al pueblo", pero sólo significa que ellos representan al pueblo y el gobierno viene a ser un impostor. La afirmación de la identidad de los pueblos originarios dificulta la formación de una nación e incluso del ejercicio de la democracia que implica la afirmación del individuo y su libertad. (O)

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