Cuando explotan vehículos, nada bueno puede resultar de eso. Era el año de 1971 y la compañía de autos Ford empezaba a perder espacio en el mercado americano en el segmento de compactos. Las marcas Toyota y Volkswagen habían hecho su arribo agresivo a ese mercado con sus modelos. Marcas como el Toyota Corolla fueron un rotundo éxito. Sin embargo, Ford no se quería quedar atrás y ordenó diseñar un vehículo barato y ligero, con el fin de volverse competitivo. Si le sumamos que el vehículo fue diseñado en apenas 25 meses (en aquel entonces, el período de fabricación se estimaba en unos 43 meses), entonces el resultado era inevitable: graves defectos de producción.
Como consecuencia de esto, salió al mercado el tristemente famoso modelo Ford Pinto. Un auto compacto, barato y ligero, al alcance de las familias americanas por sus bajos costos de producción. Sin embargo, el Ford Pinto tenías muchas fallas de seguridad totalmente negligentes. Según un informe preparado en 1977 por la revista “Mother Jones” (https://www.motherjones.com/politics/1977/09/pinto-madness/), la carrocería parecía una lata de aluminio. Además, el tanque de combustible estaba ubicado detrás del eje trasero, lo que provocaba, al más insignificante impacto, que sus débiles estructuras cedieran generando derrames de combustible frecuentes y peligrosos. El resultado: ante un leve choque por detrás, las latas dejaban al auto hecho acordeón, provocando que muchas veces las personas se queden atrapadas dentro del vehículo y, a la más mínima chispa, el auto explotaba gracias a que toda la gasolina se esparcía como consecuencia de la rotura del tanque. Una verdadera trampa mortal.
Pero lo preocupante no era sólo los defectos de fabricación, sino que estos problemas de diseño eran conocidos por los fabricantes, quienes actuaban de manera negligente. Ahí radicó el verdadero inconveniente. La administración de Ford, sabiendo de la peligrosidad del modelo, hizo un análisis increíble: comparó qué era lo que más le convenía en términos económicos a la compañía. Según las cifras utilizadas por la Ford, tomado de Francisco Reyes Villamizar, “el costo de efectuar las mejoras requeridas en el diseño del vehículo habría sido de 137 millones de dólares, frente al precio que la sociedad tendría que pagar en caso de ser condenada por las muertes, lesiones y daños a los vehículos, que habría sido de 49,5 millones de dólares. Por esa razón la compañía consideró que se justificaba no poner en práctica el cambio de diseño”. Era más rentable indemnizar a los muertos y heridos que sacar el modelo del mercado.
Es increíble cómo se puede poner precio a una vida y argumentar un beneficio económico para la compañía. El abuso de la maximización de las utilidades para los accionistas genera estas distorsiones que no se pueden dar bajo ningún concepto. Las empresas deben respetar los derechos humanos. Punto. Esta debe ser un principio de aplicación básico dentro de las actividades empresariales, ya que las empresas están llamadas a comportarse como buenos ciudadanos. Inclusive el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, en 2011, aprobó los Principios Rectores en materia de empresas y derechos humanos. Aunque esto no siempre ha sido así y han existido múltiples casos de violación a los derechos humanos por parte de compañías que han causado impactos significativos en la sociedad, como, por ejemplo, el mal uso de fungicidas o contratación de menores para explotación en minas de diamantes, entre otros, es necesario tomar conciencia de la responsabilidad que también tiene las empresas
En este caso, luego de cientos de juicios contra Ford, se vio obligada a retirar a su modelo Pinto del mercado y, en particular, a pagar una serie de indemnizaciones adicionales por tener responsabilidad por su imprudencia en la fabricación de un vehículo defectuoso.
Sin duda, este es un terrible recordatorio de lo peligroso que resulta anteponer los resultados en los negocios a factores humanos. La responsabilidad de respetar los derechos humanos constituye una norma de conducta mundial, aplicable a todas las empresas, que no puede ser menospreciada. La legitimidad de obtener los mayores beneficios para los inversionistas tiene límites, más allá del propósito que cada empresa quiera asumir. Las empresas deben comportarse como buenos ciudadanos. Así debe ser. (O)