El fútbol tiene rivalidades que trascienden en el tiempo. Si bien esta surge cuando existe una competición, la trascendencia de estos encuentros está dada por la rivalidad que se cuaja en el tiempo y dura para toda la vida. ¿Qué sería del fútbol sin una goleada que se recuerda con ironía? O sacar en cara el empate en la inauguración de un estadio, al último minuto y con diez hombres. Eduardo Galeano decía que "algo más importante que la victoria del club amado, es la derrota del club odiado". Entonces este es el momento en que empiezan a construirse los clásicos.
Deportivo Quito y Liga no juegan de manera oficial por más de diez años por diversas circunstancias. Han transitado diversos caminos, muy exitosos los últimos años de Liga, por cierto, pero a pesar estas particularidades, es un equipo que le extraña al Quito, en palabras de su actual Presidente. Por eso mismo, la rivalidad se mantiene y la sed de triunfo también, no importa cuál sea la circunstancia. No importa si de momento juegan en distintas categorías, es un partido que tiene historia y olor a derbi.
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Para poder entender este partido hay que distinguir entre el equipo contrario, que puede ser cualquier, del enemigo. Pero al antagonista no se lo encuentra porque sí, ni surge por generación espontánea. Debe existir una rivalidad histórica que debe haber iniciado con partidos épicos. El triunfo del uno es la venganza del otro. Tiene que haber épica y exageración. Debe existir lo dionisiaco en un equipo y lo apolíneo en otro. Estos opuestos están en constante confrontación. Liga podría representar lo apolíneo, es decir, el orden, la luz, la apariencia, la estética. En cambio, el Quito es más dionisiaco, es decir representa el exceso, el desorden, la vida al límite, la épica. Dime como juegas y te diré quién eres. Aplica a los equipos, aplica a las personas.
No es un partido común. No es un partido que dura noventa minutos. Es fútbol en su verdadera esencia, con todos sus componentes. No es un juego entre equipos grandes ni chicos, ni entre equipos ricos o pobres, es un juego entre enemigos. No hace falta que sean los más ganadores, ni siquiera que compitan en la misma categoría. El clásico se mide por lo que genera. Es la particularidad del famoso grito "¡al empate, Calceta!", porque ninguna pelota se da por perdida. Es la lucha hasta el agotamiento, es la pelea hasta el final y es el juego histórico contra el rival con el que está prohibido perder. Perdón a los jugadores si esto les genera presión, pero el peso de la camiseta está dado por la épica de tantos años y de las rivalidades que se van generando con un clásico rival.
Pase lo que pase, la rivalidad es parte del espectáculo que se sostienen en mitos de batallas que no se resuelven sino en los descuentos. Es un partido que trasciende la cancha y traspasa las paredes del estadio. Son los hinchas odiando al rival ya que la sola existencia del hincha del otro club constituye una provocación inadmisible.
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Estos partidos deben ser angustiosos. No es poner en juego un resultado o un campeonato, es poner en juego el honor y el orgullo, que es mucho más valioso cuando se gana y doloroso cuando se pierde. Javier Marías decía que "el fútbol es una convención, como todo lo que se contempla. Pero además de riesgo, esa convención exige ingenuidad, o lo que es lo mismo, creer que todo es posible, el desastre y la hazaña, el vuelco, la sorpresa infinita, y que el desastre es desastre y la hazaña hazaña cuando se dan, que el mundo se acaba en cada partido, aunque sepamos que hay otro al cabo de siete días". Por eso, el hincha también siente el partido como si estuviera en la cancha. Ese día, el día del partido, el fanático se despierta con un poco de ansiedad que se va con el desayuno. Alista la camiseta, los trapos, un poco de dinero en el bolsillo. Ese sábado hay que ir ataviados de los colores reglamentarios, con el atuendo correspondiente, como quien se pone las mejores galas, ya que esa es la mejor forma de hacer recuerdos en el estadio: la barra, los gritos pooooor el Deportivo Quito, el ambiente, el amor por los colores, las empanadas de morocho. Sin duda el fútbol solo es encontrar un espacio para compartir y sentir esas cosas que nos marcan para toda la vida.
El fútbol no puede dejar de ser asombroso y siempre vuelve a dar revanchas. Solo hay que tener paciencia. Porque estos partidos son de entereza, eco, resonancia y memoria. Por eso trascienden. Porque en los clásicos se juegan también los sentimientos que rigen la vida: hay coraje, hay solidaridad, hay vergüenza, hay revancha, hay nobleza. Hay goles y ojalá sean azulgranas. (O)