La democracia tiene sus contradicciones, la más evidente es la vida de seres humanos bajo la línea de la pobreza, frente a la opulencia y el derroche de una minoría. De la misma manera, la razón del poder político debe ser despejada y encontrar el fundamento de su existencia. En su ejercicio, que se lo busca para honrar la democracia, existen personas que mandan y personas que obedecen con o sin su voluntad.
Con la consagración del racionalismo en el siglo XVIII y el contrato social, la fuente del poder es la soberanía popular: los hombres ejercen el poder político solamente en cuanto la sociedad así lo resuelve, señalando con su voluntad a las personas que deben tomar en sus manos la dirección de los destinos colectivos. La cuestión crucial es saber si la sociedad elige a los mejores o los más capaces para que tomen la rienda del gobierno, a quienes encarnen la confianza colectiva, a quienes garanticen que la democracia del mañana sea una afirmación rotunda. Entonces cabe la interrogante, ¿en nombre de qué o de quién gobiernan nuestros gobernantes?
La evolución rápida del Estado y sus funciones engendra dos consecuencias fundamentales: la despolitización de los problemas, de aquellas controversias doctrinales, que dio lugar al pragmatismo, donde cuentan las realizaciones como expresión concreta del gobierno.
La segunda consecuencia es la promoción, en el seno del aparato gubernamental, de la función técnica y el alumbramiento de la tecnocracia, es decir el gobierno de la técnica o la aplicación a la política de metodologías de gobierno que se rigen por datos empíricos y experimentales en la resolución de los problemas sociales.
En la actualidad el término tecnocracia se emplea como sinónimo de aquellos modelos de gobierno en los que la concepción teórica especializada de la sociedad predomina por sobre las consideraciones sociales. La tecnocracia puede referir a un gobierno que perdió contacto con la realidad social.
A quienes se ubican en esta corriente se les denomina tecnócratas y suelen, por lo general, pertenecer a sectores científicos o tecnológicos del conocimiento. El alto funcionario con formación especializada en los problemas de interés general, adquiere una gran influencia y poder en las decisiones del Estado gracias a sus competencias. Se diferencia de personajes análogos como la eminencia gris", que prolifera a la sombra del poder y se apoya en la confianza que inspira para aconsejar" a quien toma las decisiones.
El universo intelectual del tecnócrata puede ser descrito por sus valores; el más importante de ellos es la eficacia y la organización. Considera a los políticos y a los ideólogos como el obstáculo más firme a la realización de obras concretas. Rechaza los dilemas izquierda-derecha, mercado-plan, porque creen posible determinar empíricamente la solución que conviene a la sociedad, sin importar el color político del régimen que lo ejecutará. De allí su secreta simpatía por los regímenes dictatoriales.
El tecnócrata tiene una muy alta formación académica, a menudo obtenida en las más prestigiosas universidades del mundo, casi siempre aquellas que forman profesionales con una convicción irrefrenable de las bondades del sistema capitalista. Por tanto, profesan fe en la validez de los modelos económicos que reposan en la capacidad para encontrar las repuestas pragmáticas a los problemas de la economía del país, sin alterar las estructuras fundamentales del sistema. El estudio del tejido social de un país que explica las condiciones que impiden la distribución justa de los resultados del crecimiento no forma parte de su preocupación, más allá de la descripción de sus indicadores visibles.
El tecnócrata, entonces, toma raíces en un medio socio—profesional que tiene sus propios imperativos. Un hombre mejor informado que la mayoría, gracias a su profesión y a su formación universitaria. El prestigio de los tecnócratas se alimenta con el desprestigio de los políticos y la indiferencia de los ciudadanos.
En las últimas décadas se ha señalado al ascenso tecnocrático en América Latina como una real amenaza para la gobernabilidad democrática en la región, vista la aplicación de políticas de mercado sin afinidad con las reglas de la democracia.
Sin embargo, también han surgido voces que subrayan el impacto positivo que puede tener la tecnocratización de la política en la gobernabilidad democrática, como una medida para poner fin a las prácticas populistas del pasado. (O)