Adentrarse en la "anatomía" del miedo es posiblemente uno de los temas más apasionantes para el ser humano, ya que nos permite comprender tanto su lado sombrío como su poder transformador. Paradójicamente, al entender su impacto positivo, nos acercamos a la construcción de valores individuales y sociales como la valentía, la libertad y la ética social.
El miedo se origina en la estructura neurológica del cerebro, específicamente detrás del lóbulo frontal, en una estructura denominada amígdala cerebral. Su función es procesar las emociones de cada estímulo que recibimos. Por lo tanto, sentir miedo es un proceso emocional que surge en situaciones inciertas que desafían nuestras decisiones de vida, a veces como un antagonista que amenaza nuestra zona de confort y seguridad.
Según la mitología griega, el miedo tiene su representación en Fobos, hijo de Ares y Afrodita, dioses de la guerra y el amor, respectivamente. Fobos personificaba el terror que sentían los soldados antes de una batalla, llevándolos incluso a fingir su muerte para huir. El miedo es temor, pero también puede ser una fuerza impulsora de coraje, ya que activa la capacidad que necesitamos para traspasar los límites de la voluntad humana, rompiendo la inercia y simbolizando el triunfo del amor propio, la valentía y la ruptura de la inercia individual y social.
Hoy me atrevo a hablar del miedo porque considero que es uno de los temas poco analizados como fenómeno sociológico en el contexto de la inseguridad social y política de nuestro país. Mediante el proyecto educativo "Escritorio de Einstein" y desde mi actual travesía académica en España, estoy convencido de que los jóvenes son uno de los pilares para enfrentar los procesos de cambio y son a quienes Juan Montalvo, en sus ensayos de “Las Catilinarias”, hace más de 140 años exhortaba diciendo que es "desgraciado el pueblo donde los jóvenes son humildes con el tirano y donde los estudiantes no hacen temblar al mundo".
Recordemos que hace más de 55 años, en mayo de 1968, París fue testigo de la mayor movilización estudiantil de la historia, cuyo origen fue la inconformidad frente a la segregación de los jóvenes de la Universidad de Nanterre, ubicada en la periferia, a partir del cual se desencadenó una protesta que luego de contagiar a la Universidad de la Sorbona, movilizó a obreros, profesionales y a toda una generación que cuestionó el status quo contra la guerra de Vietnam y el sistema político, bajo la consigna: “sea realista, pida lo imposible”.
El paralelismo de todas las crisis, es que representan una oportunidad de cambio, para el cual es necesario enfrentar al miedo para cuestionar sus límites y generar lo que parece imposible hasta que damos el primer paso. Es verdad que el proceso no es fácil, por ello necesitamos la frescura de la valentía transformadora de los jóvenes, pero tengamos claro que la sociedad en su conjunto debemos acompañar este camino y me atrevo a expresar la convicción de que al igual que hace 55 años en París, la Universidad (y la educación superior en general) tiene el desafío de abrir el camino mediante un proceso transversal de calidad y a la par, la sociedad en su conjunto necesitamos un compromiso para perder el miedo a tener miedo.
Es fundamental que promovamos la valentía en nuestras acciones cotidianas y en nuestras decisiones como ciudadanos. El cambio real no vendrá de la pasividad o del conformismo, sino de la determinación de enfrentar nuestros temores como sociedad y de construir un futuro con acciones concretas.
Todo esto es posible en un sistema democrático, pacífico y con respeto a la institucionalidad, creo que aún estamos a tiempo para lograr “lo imposible”, esta vez evitando la ingenuidad de delegar el proceso a “forajidos oportunistas” que siempre estarán en disposición de repetir la historia porque “su trabajo” ha quedado inconcluso. (O)