Del por qué los hombres se tocan las pelotas
Cuando alguien se toque sutilmente piense que es algo natural, es como respirar. No nos insulte, entiéndanos, pero, sobre todo, ¡déjenos vivir!

Porque pueden. Si, la respuesta es así de simple. Los hombres se tocan las pelotas porque pueden. Si las mujeres tuvieran algo parecido, no me cabe la menor duda de que también harían lo mismo. Pero si esa fuera la respuesta, entonces el artículo se acabaría aquí. Sin embargo, no es solo eso. Tocarse las pelotas es un mandato paterno. Viene en los genes. Es algo que se hereda de generación en generación. Es un evento natural que viene incorporado desde siempre. Es algo inconsciente que simplemente ocurre y nos quita la ansiedad.

Tocarse las bolas no es parte del frenesí en búsqueda de placer, porque lo hacemos como algo propio del individuo de género masculino. Cuando tenemos 6 meses o dos años (o más), ni siquiera entendemos que ese lindo accesorio que nos vino incorporado nos podría generar otro tipo de satisfacciones. "¡Qué lindo este juguete!", decimos de chicos, pensando que sólo sirve para eso. ¿Cuántas veces los bebés salpican chorros de pipí a cuanto cristiano se cruza por el camino sin entender lo que ha sucedido? En cambio, sabe con certeza que eso que tiene entre las piernas sirve para jugar (y no se equivoca). Sabe que es un lugar común. Lo lúdico es lo que nos distrae y nos saca de nuestra monotonía y cuando nos dejan sin pañal o porque no nos están mirando, sucede lo inevitable: mano a los huevos o mano al bolsillo, según la edad. Por eso, esto que viene con los genes y que aprendemos de bebés, termina siendo una actitud para toda la vida. El chico, el adolescente, el adulto repiten lo que aprendieron en su tierna infancia. Es un patrón adquirido que luego de aprendido, no se desaprende jamás.

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Las mujeres, la gran mayoría de las veces, no comprenden esta característica con la que venimos al mundo. Nunca lo comprendieron ni lo van a comprender. Es verdad que es desagradable cuando el hombre lo hace sin precaución y de manera burda o cuando lo confunde con excitación, que eso si es intolerable. Pero tocarse las pelotas es una manera de ser, es una costumbre que hay que respetar y que viene desde tiempos bíblicos, desde Adán y Eva. De hecho, Eva, como estaba aburrida en el paraíso, al ver que Adán andaba feliz tocándose las pelotas porque esa es la manera que tiene el hombre de distraerse, le ordena que deje de hacerlo, como viene haciendo toda mujer de generación en generación, y le amenaza que, si no lo hace, ella se come la manzana. El resto es historia. 

Por eso, cuando el hombre se toca las pelotas no hay que alarmarse, sólo sucede. No va a haber poder humano que detenga las buenas prácticas. Sin embargo, es importante decir que no siempre es un instinto primario. A veces también lo hacemos para confirmar que las pelotas siguen en su puesto. Un pequeño tocamiento es suficiente, lo que nos da la tranquilidad de que todo está en orden. El mundo es lo suficientemente complicado y a veces el susto hace que se encojan las bolas. Es la tranquilidad de saber que seguimos existiendo como hombres y nada ha cambiado.

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También es necesario decir que los testículos tienen vida propia (inclusive controlan decisiones extremadamente importantes, pero no estoy escribiendo sobre eso). Hace frío, se contraen. Hace calor, se expanden. Pasa un culo inolvidable, se alborota. Por lo tanto, se desacomodan. No pueden permanecer en una posición estática y perfecta. Va en contra de la naturaleza. Por eso, es importante, por el bienestar personal, lograr adaptar la bolsa las veces que sea necesario, hasta que esté perfectamente ubicado y no genere ningún tipo de molestia. Recordemos que es una zona extremadamente sensible. Por eso, su ubicación debe ser privilegiada y es imprescindible que constantemente sea reubicado.

Además de lo principal, explicado anteriormente, hay que entender que, en época de frío, ¡que mejor lugar para calentar las manos!

Tocarse las pelotas es un mandato paterno. Está en los genes masculinos. Es una característica de todos los hombres que han nacido y nacerán, hasta el fin de los tiempos. Por eso, cuando alguien se toque sutilmente piense que es algo natural, es como respirar. No nos insulte, entiéndanos, pero, sobre todo, ¡déjenos vivir!  (O)