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La felicidad del mundo descansa en los valientes que supieron enfrentar las adversidades y vencieron la tristeza. Los valientes que construyen el mundo son necesarios y maravillosos. Por eso, hay que admirarles en un arrollador silencio, que es la única forma de salvar el mundo para lograr ser felices.

28 Junio de 2024 14.55

Levantarse todos los días, para muchos, es una verdadera hazaña y aunque nos pongamos caparazones o tomemos algo caliente con manzanilla para intentar amortiguar el golpe, la vida no se detiene y muchas veces termina siendo bastante cruel. Es difícil sonreír cuando no tenemos para cenar o un trabajo a donde ir al día siguiente; por eso, cuando seguir es la única opción, convertirse en héroes es lo que vale y quizás lo único que queda. Es fácil salvar a otro cuando tú ya estás a salvo, lo difícil está en hacerlo cuando tú no lo estás y te esfuerzas con lo poco que te queda. Por eso yo admiro tanto a los valientes, aquellos héroes que se levantan todos los días y siguen repartiendo besos y abrazos, cuando eso es lo más valioso (quizás lo único) que les queda. 

La valentía no está en no tener miedo, sino en superarlo, como les pasa a los toreros. Vivir no es para cobardes y es ahí cuando sale el héroe que siempre llevamos dentro. Sobrevivir a una bacteria, salir de una adicción, multiplicar los panes, sobreponerse a una enfermedad, llegar a fin de mes con poco y superar como sea todo lo que nos pasa, es justamente lo que saca lo mejor de cada uno. El heroísmo es un valor fundamental del ser humano que forma parte de su naturaleza. No hace falta tener una capa, un antifaz o una barita para ser valiente ya que todos los días terminamos siendo titanes de nuestras circunstancias. 

Los héroes son mundanos y ese es su mayor virtud porque ahí están sus superpoderes. Si le preguntamos a una madre soltera como hace para seguir adelante, regresará a ver a su hijo y en esa mirada encontraremos la respuesta. Por eso, de valientes está hecho el mundo, aunque no todos tengan monumentos. El héroe es aquel que dejó de comerse las uñas y no le quedó más remedio que empezar a comerse el mundo porque en vez de salir corriendo y ocultarse en un bunker o debajo de las cobijas (que es donde más protegido uno se siente), decidió enfrentar sus circunstancias. Dar la cara, ser valiente y seguir viviendo, aunque le haya costado mucho levantarse. 

Entre el vivir y el soñar”, decía Machado, “hay una tercera cosa: ¡adivínala!”. Los héroes se gestan todos los días cuando se despiertan. ¡Esa es la tercera cosa que Machado nos proponía a adivinar! Al despertar, la persona común se supera con lo poco que le queda (ánimo, dinero, amor propio, etc.) para sobreponerse a sus circunstancias. “Yo soy yo y mis circunstancias”, decía el gran Ortega y Gasset. Por eso, de vez en cuando, es necesario volver a recordar el valor del héroe para resaltar su hazaña diaria porque en algún momento seremos nosotros los elegidos por el destino. La vida tiene muchos altibajos y todos los días somos los héroes de nuestras vidas. 

Todo el tiempo estamos tomando decisiones y en algún momento tendremos que estar a la altura. Siempre pasa porque así es la vida: decidir si besar en esa esquina de tu boca, lograr tomar decisiones equivocadas y sobreponerse a las circunstancias, curarse de una herida profunda, decidir enfrascarse en un abrazo que calza como pieza de rompecabezas, admirar cicatrices peligrosas que va dejando el paso de los años. Por eso la característica del hecho heroico no está en gritar a los cuatro vientos sino en el silencio y el anonimato de saber salir adelante. En sobreponerse todos los días y luchar de manera valiente, que es la única manera de hacer las cosas. 

Muchas veces sabemos que estamos vivos, que algo nos palpita adentro o que sentimos un leve dolor en el alma, pero después no sabemos nada más. Eso es lo único que necesitamos saber para cumplir grandes misiones. Sentir es lo que nos lleva a ser valientes. Es ahí donde volvemos a la carga, con la esperanza de que todo va a salir bien. Borges decía que “qué importa la tristeza si hubo en el tiempo alguien que se dijo feliz”. Por eso, la felicidad del mundo descansa en los valientes que supieron enfrentar las adversidades y vencieron la tristeza. Los valientes que construyen el mundo son necesarios y maravillosos. Por eso, hay que admirarles en un arrollador silencio, que es la única forma de salvar el mundo para lograr ser felices.  (O)

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