De Quito a Rodrigo Borja
Más honra un galardón a quien lo otorga que a quien lo recibe, pero, con la humildad que caracteriza a Rodrigo Borja, la ha recibido como un homenaje que le hace la ciudad en la que nació y a la que ha servido con dedicación.

En la sesión solemne por el nuevo aniversario de la fundación de Quito (ya solo faltan 12 años para conmemorar los 500 años de la ciudad), el Concejo Metropolitano de Quito tuvo el acierto de entregar el Gran Collar Rumiñahui, la más alta condecoración que otorga la municipalidad, reservada para Jefes de Estado, al expresidente Rodrigo Borja Cevallos. La imposición del collar fue acompañada de una ovación cerrada de las más de mil personas que llenaban el salón mayor del Centro de Convenciones Bicentenario.

Estoy seguro de que todos los habitantes de Quito lo aplaudirán también. Y no solo porque Borja es un hijo ilustre de Quito, un político destacado que llegó a la Presidencia de la República y un intelectual reconocido que ha prestigiado a la ciudad, sino por los servicios directos que hizo a la capital como primer mandatario de la nación.

Más honra un galardón a quien lo otorga que a quien lo recibe, pero, con la humildad que caracteriza a Rodrigo Borja, la ha recibido como un homenaje que le hace la ciudad en la que nació y a la que ha servido con dedicación.

Nacido en Quito, el 18 de junio de 1935, Rodrigo Borja ha vivido en ella los 87 años de su fructífera vida. De ilustre prosapia de varias generaciones de quiteños, su trayectoria no ha sido la de quien nace en cuna de oro y vive en la molicie. Su padre arrendaba haciendas en la zona de Cayambe y fue allí, en el campo, que vivió su primera infancia. Luego vino a Quito a estudiar, sintiéndose al inicio preso en su traje escolar, sus zapatos, las aulas y las calles, en las que extrañaba los espacios abiertos, el viento y la libertad. Luego de un año en Lima, donde su padre tuvo que exiliarse de apuro al fracasar una acción de armas en contra del nefasto régimen de Arroyo del Río, continuó sus estudios en tres instituciones emblemáticas de la capital ecuatoriana: el Pensionado Elemental Pedro Pablo Borja, de la calle Olmedo; el Colegio Americano, de La Floresta, y la Universidad Central del Ecuador, donde estudió derecho y se estrenó en política como presidente de la asociación estudiantil universitaria.

Hizo de su vida un ejercicio de democracia, austeridad y servicio al país. Trabajó desde muy joven, como locutor de la HCJB, a donde iba en bus desde el centro de la ciudad, para luego ir, con frecuencia a pie, a clases a la Central. Tras graduarse de abogado y doctor se dedicó a su profesión y a la cátedra, pues fue llamado de inmediato a la enseñanza por su Alma Mater. Pocos días antes de cumplir 27 años, fue elegido diputado por Pichincha el 3 de junio de 1962, por el Partido Liberal, aunque el golpe de Estado que encaramó al poder a la Junta Militar de Gobierno en 1963 truncó esa primera incursión como legislador.

Le conocí en persona unos años después, cuando, al retornar la democracia, él fue asesor legal de la Asamblea Constituyente de 1966 y yo joven cronista del diario El Tiempo. Desde entonces me honro con su amistad. Su inquietud por lo que le hacía falta al Ecuador le llevó a fundar un partido de corte moderno, ideología socialista democrática y vocación de masas, la Izquierda Democrática. Lo construiría con un inmenso esfuerzo personal suyo y de un grupo de idealistas que reunió en su torno, quienes, durante meses, e incluso años, recorrieron el país, se reunieron con la gente en los barrios, asociaciones y organizaciones, y pintaron, ellos mismos, casas y caminos con el nombre del nuevo partido en naranja. Con la I.D. y sin alianzas se presentó a las elecciones presidenciales de 1978 cuando, después de nuevas dictaduras, retornamos a la democracia. Quedó cuarto en esas elecciones, pero participó en las legislativas (que coincidieron con la segunda vuelta de abril de 1979), encabezando las listas de diputados del nuevo partido, y logró, para sorpresa de muchos, el segundo lugar en el país (fueron las elecciones en que el CFP, de Jaime Roldós, obtuvo el primer lugar, con 29 diputados, y la ID el segundo, con 15). Primer diputado nacional de la I.D., se destacó como poderoso orador parlamentario, minucioso legislador y, cuantas veces fue necesario, defensor de la democracia frente a “los patriarcas de la componenda”.

Nunca abandonó la formación y consolidación del partido. Cuando no estaba en campaña siempre, robando a su familia los fines de semana, estaba dando cursos y seminarios de formación política en todo el país. Varias veces me invitó a acompañarle para que hablara de la coyuntura económica, como parte del currículo de esos seminarios.

Ganó la primera vuelta de las elecciones de 1984, pero perdió en la segunda ante la arremetida de la derecha de León Febres Cordero. Mas en 1988 alcanzó la primera magistratura con la mayor votación hasta entonces registrada en el país, y encabezó un gobierno de respeto a los derechos humanos, amplio ejercicio democrático, honestidad en la cosa pública, un gobierno que brilla hasta ahora como el mejor que ha tenido el país desde el retorno a la democracia. Tuve el honor de ser su colaborador cercano los cuatro años, como secretario de Comunicación, secretario de la Presidencia y secretario general de la Administración Pública, por lo que puedo dar testimonio directo, habiendo sido testigo día a día, de su austeridad personal, su cuidado de los recursos del Estado, su preocupación por los pobres, su devoción por la democracia, y la orientación de todos sus actos al interés del Estado y del país.

El país se lo reconoció. A pesar de tener que afrontar una inflación desbocada, herencia del despilfarro de Febres Cordero, cuya reducción fue complicada y paulatina, el pueblo supo que había un Gobierno que respetaba su dignidad y sus derechos, y que no se preocupaba de favorecer a grupo alguno sino que, pleno de dignidad y republicanismo, buscaba lo mejor para la colectividad nacional. Por eso, no solo que su popularidad volvió a crecer al final de su gobierno, sino que las generaciones posteriores reconocieron cada vez más su valor, conforme nuevos gobiernos nos llevaron al despeñadero económico y político.

Su sacrificio personal por el Ecuador y la Izquierda Democrática le llevó a ser de nuevo candidato presidencial en 1998 y 2002, sirviendo, con su prestigio y su popularidad de locomotora de las listas del partido. 

Durante los años 1988-1992, los de su gobierno sirvió a Quito, sin olvidar a las provincias. Se interesó en persona en atender los pedidos de recursos que le hacía el alcalde de Quito, Rodrigo Paz, siendo especialmente importante el financiamiento del BID para la conducción del agua potable en el proyecto Papallacta, escuelas y centros de salud en las parroquias, así como para los estudios previos de la movilidad urbana y su respuesta con el sistema de trolebús (que luego inauguraría Mahuad), y la nueva vía Oriental (hoy avenida Simón Bolívar). Otros dos grandes legados de su administración a Quito son la construcción y equipamiento del nuevo hospital Eugenio Espejo y, por coincidencia, bastante cerca de allí, del Coliseo Rumiñahui, que entregó a la Concentración Deportiva de Pichincha. (O)