Las conmemoraciones son buena ocasión para repensar el tema de los héroes, purificar su memoria, rescatar a los desconocidos -que hay bastantes-, ponerlos a todos en el contexto de su época y proyectar las gestas y sus consecuencias como antecedentes de nuestro tiempo. Más aún, en estos días es preciso preguntarse si quienes vivimos después de los patriotas, los que heredamos el país que nos dejaron, hemos estado a su altura, o si nos ha faltado el valor y el compromiso para llevar la bandera, trabajar por la estabilidad de la República, defender las libertades y hacer de nuestra heredad una entidad respetable que, más allá de los discursos, milite por su soberanía y su dignidad. Es decir, si merecemos el 10 de agosto y el 24 de mayo, el 9 de octubre y el 21 de abril.
Me temo que los días históricos se han convertido en excusas para hacer fines de semana largos. Eso no estaría mal si, además del descanso, el desfile y el acomodo en que vivimos, cultivaríamos el interés por explorar, aunque fuese por curiosidad, lo que está detrás de la vacación y lo que explica la sesión solemne o la cadena nacional; por qué las élites quiteñas -principalmente fue asunto de élites- promovieron la independencia, por qué arriesgaron vidas y haciendas, por qué algunos enfrentaron el destierro, la muerte y la persecución ¿Qué les llevó a pensar que este rincón del mundo, colonia olvidada de la España Imperial, estaba madura para ser país, tener bandera, gobierno y leyes propias?
La verdad es que buena parte gente no sabe la razón por la que se expidió la Constitución Quiteña de 1812, liberal y católica a la vez. No sabe los porqués del pronunciamiento, ni los detalles de la represión del 2 de agosto. ¿Por qué vino el general argentino Juan Lavalle, con su caballería, desde el distante Virreinato del Río de la Plata, hasta la llanura de Tapi, a dar batalla y vencer? ¿Por qué fusilaron a Carlos Montufar, mataron a Sucre, apresaron a Miranda y abandonaron a Bolívar? En fin, por qué, al cabo del tiempo, estamos lidiando otra vez con las cosas de la República, temerosos de nuestros derechos, empeñados, como tantas veces, en el futuro de esta tierra, incluso, llenos de dudas sobre la posibilidad de ser, de verdad, nación.
La coyuntura nos agobia y conspira contra el tiempo indispensable que demandan los temas de fondo, aquellos que rebasan el escenario electoral, los que vuelan más alto que la tendencia a quedarnos en lo pequeño, a mediatizar los principios y abdicar de los derechos; esa tendencia cobardona y cínica que nos induce a defender intereses solamente, y a olvidar que, sin desprendimiento y sin riesgo, no es posible la República, ni es posible la libertad que soñaron los soldados y los generales, los marqueses y los intelectuales, los indios, blancos y mestizos que se metieron en el drama de la independencia. (O)