Sin duda, la defensa de la libertad de expresión es un reto al que nadie puede sustraerse; es consustancial a la democracia representativa y es el hilo argumental en torno al que nació la república: ese sistema político que se basa, precisamente, en la opinión pública.
Pero el tema tiene otras facetas más complejas y difíciles: el empobrecimiento de la opinión pública, la aridez que contamina todo y que se traduce en la devaluación de la entrevista como género, en la invasión de lugares comunes y en la falta de perspectivas, porque la coyuntura nos abruma de tal modo que termina imponiendo la agenda, deformando las ideas y haciendo de la vida nacional una película del poder, o sea, expropiando la diversidad. Esto provoca que se olvide lo sustancial en beneficio de aquello que se convierte en el “hecho noticioso”. El problema está en que si nos atenemos exclusivamente al hecho noticioso, se solapan los procesos de fondo, se enturbia la lógica y se transforma todo en espectáculo que mañana perderá vigencia, que será “periódico de ayer”.
Al empobrecimiento de la opinión hemos contribuido todos, ya sea por miedo, interés o comodidad. El poder ha sido un factor esencial que ha capitaneado la cruzada; la tecnología tiene su parte importante y la brecha generacional también. La política como único argumento de noticia, entrevista y comentario, ha creado las condiciones necesarias para que se embote la inteligencia, para que la crítica, a causa del inmediatismo y la improvisación, pierda importancia y se convierta en factor de aburrimiento. El hecho es que, tras la neblina de una opinión pública exclusivamente coyuntural, caminan los procesos sociales y los cambios económicos, se consolidan nuevos y más eficientes sistemas de dominación, la historia enfila para otra parte, y los países se hacen irreconocibles, sin que las sociedades tengan clara conciencia de que eso ocurre. El problema es que sin opinión pública ilustrada y eficiente, no hay democracia posible, y si la opinión pierde frescura, profundidad y excelencia, lo que tendremos no serán ejercicios vibrantes de libertad, sino episodios sin sustancia. Tendremos una república de papel.
El empobrecimiento de la opinión pública corre parejo con la ausencia de la universidad de la vida nacional, con las elites convertidas en grupos de presión, con la sociedad civil reducida a un triste remedo de lo que debe ser. Corre parejo con la destrucción sistemática de las instituciones, y con la expansión del Estado, que ha triunfado sobre las libertades al habernos hecho “monotemáticos”. El empobrecimiento corre parejo con la transformación del pueblo, de agente político activo, depositario del poder y factor de legitimidad, en público espectador y consumidor de propaganda. (O)