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¿Cuánta automatización es suficiente?: Una reflexión necesaria para la empresa y para el país

Paul Rivera

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Aún estamos a tiempo para establecer un marco local que propicie la automatización responsable; pero si no hacemos algo al respecto, las siguientes generaciones podrán encontrar una economía tan precarizada que se parezca más a una distopía de miseria que a un futuro próspero impulsado por la tecnología.

2 Octubre de 2024 15.11

Durante los últimos años, la sociedad global ha presenciado un incremento exponencial en la conversación social sobre el impacto de la automatización (basada en IA y Robótica) en la productividad de empresas e individuos. Dado que esta conversación está en curso, surge la necesidad de analizar la tendencia más allá de lo tecnológico y lo productivo. Es imperativo aplicar un análisis holístico que considere al ser humano como el centro de un sistema económico donde el trabajo cumple un papel social determinante como vehículo de generación de valor para el individuo y para la sociedad. Este artículo busca dejar algunas ideas que propicien una reflexión en el mundo empresarial y político sobre ¿cuánta automatización es suficiente? Para ello, quisiera partir de un par de experiencias reales.

Por la naturaleza de mi trabajo, hace algunas semanas asistí a una reunión de presentación de resultados de un proyecto de implementación de una solución de RPA (Automatización Robótica de Procesos, por sus siglas en inglés) en una empresa. La reunión transcurrió de forma habitual hasta que el líder del proyecto presentó la última diapositiva con los resultados: toda la carga operativa de una semana de trabajo y siete personas se había reducido a dos horas de procesamiento por una aplicación de RPA. El líder continuó orgulloso mostrando la siguiente diapositiva, en la cual se evidenciaba cómo el proyecto podría eliminar la "carga operacional" de siete empleos, con sus respectivas responsabilidades patronales. Era evidente que el ahorro era significativo; sin embargo, percibí entre todos los asistentes una sensación agridulce: salvo un par de personas, la mayoría parecía tener en mente que detrás de ese ahorro estaban siete seres humanos con sus respectivas familias, con sus sueños y aspiraciones, y que, probablemente, dentro de unas pocas semanas pasarían a las filas del desempleo. El proyecto no contemplaba la recolocación de esas personas. Nadie diseñó el componente humano de la optimización.

 

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En otra ocasión reciente, participé en la optimización de una línea de producción mediante la incorporación de una nueva línea robotizada. Los resultados fueron, desde el punto de vista de la productividad, extraordinarios: las mermas por reproceso y mala calidad se redujeron en más del 80% y los tiempos muertos prácticamente se eliminaron; pero un indicador de éxito del proyecto quedó resonando en mi cabeza: la reducción de veintiuna personas divididas en tres turnos de trabajo. Ese número no abandonó mis pensamientos durante toda la semana siguiente.

Desde hace quince años, he venido observando, estudiando y gestionando proyectos de analítica y optimización; al menos la mitad de ellos se han abordado desde la perspectiva de la automatización. Últimamente, la concentración en esa estrategia es cada vez más fuerte.

Automatizar para optimizar. ¿Qué podría salir mal? Esa pregunta me ha ocupado durante los últimos tres años.

Y es que cada empleado menos es un consumidor menos; y, aunque algunos economistas plantean que la evolución natural del mercado laboral hará que quienes pierdan sus empleos podrán aprender y emprender nuevos conocimientos y habilidades para re-posicionarse en la nueva economía, en la práctica no considero viable generalizar que un adulto podrá aprender de la noche a la mañana a ser científico de datos o ingeniero relacionado con IA; simplemente no es realista. Por lo tanto, lo más probable es que quienes pierdan su empleo, se queden en el desempleo o subempleo, impactando de forma negativa el nivel de consumo a nivel país, lo que a su vez disminuirá progresivamente las ventas de las grandes, medianas y pequeñas empresas, que viendo reducido su flujo de efectivo buscarán más optimizaciones y reducciones de personal, generando de esta manera un efecto de bola de nieve en espiral.

Lo anterior no es especulación, es un fenómeno que ya se está dando de forma acelerada en banca, seguros y consumo masivo. Las empresas buscan la automatización como estrategia para reducir costos y hacer frente a un consumidor cada vez más precarizado y que por ende busca precios más bajos. Cuán irónico es que la aparente solución sea lo mismo que está disparando la enfermedad social.

Ecuador ya es de por sí un mercado laboral subdesarrollado y altamente ineficiente; por lo tanto, es necesario que la reflexión social tanto a nivel empresarial como político se plantee la pregunta: ¿Cuánta automatización es suficiente como para garantizar la sostenibilidad del tejido social?

Como se mencionó al inicio de este artículo de opinión, el propósito es invitar a la reflexión, ya que la pregunta es compleja y requiere de un ejercicio de pensamiento crítico a nivel colectivo. No hay respuesta sencilla, pero es necesario buscar aceleradamente la respuesta desde nosotros mismos, los ecuatorianos, no desde tanques de pensamiento alejados en geografía y en realidad.

No considero que la automatización sea negativa per se; nada más alejado de la realidad, pues yo mismo llevo años trabajando en relación a ello; pero, de la misma manera en que he tratado de transmitir el mensaje de que existe un óptimo en la automatización, que no necesariamente más es mejor. De igual manera, la sociedad ya debe plantearse esa pregunta, y es necesario que la clase política empiece a estar a la altura de las circunstancias, prestando la importancia y relevancia adecuada a la tecnología y su impacto de corto, mediano y largo plazo.

Considero que aún estamos a tiempo para establecer un marco local que propicie la automatización responsable; pero si no hacemos algo al respecto, las siguientes generaciones podrán encontrar una economía tan precarizada que se parezca más a una distopía de miseria que a un futuro próspero impulsado por la tecnología. Como ya lo han planteado por décadas varios intelectuales e investigadores, es necesario empezar a medir el éxito de otra manera, porque ni el PIB a nivel país, ni el estado de resultado nivel empresarial, son capaces por sí solos de capturar la verdadera esencia del desarrollo social: el impacto positivo en la vida de las personas. 

Al final de cuentas ¿Qué es un empresario (verdadero), si no un vehículo de generación e impacto positivo para la sociedad? (O)

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