Los últimos días han sido muy duros para Nelson Serrano. Es irónico decir esto de alguien que desde hace veinte años se encuentra encerrado en una celda de dos por tres metros, en aislamiento permanente, esperando la oportunidad de demostrar su inocencia porque los que lo acusaron de cuatro crímenes y lo condenaron a muerte ocultaron las pruebas que lo exculpaban.
Y es que incluso en el infierno del corredor de la muerte hay momentos de calma en que los condenados se entregan a la reflexión, a la lectura cuando se tiene libros disponibles, o al sueño que es la única forma de recuperar la libertad y de volver a estar con los suyos, aunque sea por un instante.
En un correo de la semana pasada, Nelson decía: “Por fin estoy saliendo a flote después de que todos en el pabellón caímos con el virus. Luego me contaba que el sistema de calefacción del edificio se había dañado. “Por las noches pasamos mucho frío, arropados con todo lo que encontramos a mano. Desde hoy las temperaturas estarán bajo cero, nada agradable para nuestra situación”.
Además de sus permanentes problemas de salud, ignorados por los médicos y guardias del corredor de la muerte, Nelson sufría esos días por su esposa, María del Carmen, que agonizaba lejos de allí por una enfermedad terminal. Sentí su angustia y frustración embozadas en esas palabras que, como siempre, terminaban mencionando los libros que había leído.
En su último correo, hace tres días, me decía que lo habían empezado a acosar nuevamente. Le retiraron otra vez la medicina que toma por su hipertensión, le negaron la posibilidad de usar silla de ruedas para sus cortos desplazamientos en el pabellón y siguen sin entregarle sus aparatos para el oído. Y, por si no fuera suficiente, los guardias hicieron una inspección a las celdas y él no se enteró por su deficiencia auditiva. Nadie se molestó en alertarlo tal como está previsto en estos casos, con señales visibles. El inspector, furioso, lo amenazó con llevárselo a la celda de castigo durante treinta días por desobediencia.
No pude dejar de pensar entonces que ellos sabían lo que sucedía con su esposa, lo que Nelson y su familia están pasando y por eso arremetían contra él, porque su objetivo es aplastarlo, humillarlo, y, de ser posible, hallarlo muerto en cualquier momento.
Finalmente, hace dos días falleció María del Carmen, su esposa, la madre de sus hijos. Nelson no pudo despedirse de ella. Ahora quizás espera poder hacerlo en alguno de sus sueños. (O)