Conversando sobre Política: Reflexiones desde una mirada infantil
Ella miraba el debate desde la lógica de los niños: si abres, cierras; si ensucias, limpias; si rompes algo, lo reparas; si infringes la ley, eres penalizado. Me preocupó darme cuenta de que no puedo explicarle de manera lógica un sistema que no sigue ninguna.

Tengo una hija de 11 años, quien nunca antes había mostrado interés en la política, en esta ocasión decidió que quería ver el debate presidencial. Comprendí su desinterés previo, ya que, a su edad, es más divertido ver otro tipo de programas. Sin embargo, esa noche, por primera vez, deseó escuchar lo que decían los candidatos.

Debido al horario, no pudo verlo en vivo, pero lo revisamos al siguiente día dado el interés que mostraba, escuchar lo que tenían que decir los candidatos. Como parte de su desarrollo, le hemos explicado que está en una etapa de cambios y que su visión del mundo evolucionará con el tiempo. Con esto en mente, decidí acompañarla y explicarle el debate. Luego pensé, grave error, ¿en qué me metí?

Las propuestas fueron escasas. En cambio, predominaban las acusaciones mutuas, algunas de ellas bastante graves. Mi hija, con su lógica clara y directa, me lanzaba preguntas como proyectiles: "¿Por qué dice eso?", "¿Qué significa?", "Si hace eso, ¿por qué no lo llevan a la cárcel?". Desde su perspectiva, las reglas eran simples: si infringe la ley, debe ser castigado. Y yo, como adulto, no tenía respuestas satisfactorias que entregarle.

Después de esto decidí revisar debates de décadas pasadas en busca de qué, no sé, solo quería recordar cómo eran antes los debates. Independientemente del candidato, del partido o de la época, noté un inquietante parecido: acusaciones mutuas, aunque quizás no tan escandalosas como las actuales. En su momento, los ataques eran por no defender a los trabajadores o por mantener en sus filas a figuras cuestionables. El tono era diferente, pero el fondo seguía siendo el mismo. Siempre hay un candidato más sereno, otro más apasionado, y las promesas de siempre: trabajar por los pobres, generar empleo, construir viviendas, garantizar educación de calidad. Si todas esas promesas hubieran sido ciertas, hoy viviríamos en un país muy distinto.

Me di cuenta de que nos hemos acostumbrado a estos discursos. Poco a poco, hemos tolerado que quienes llegan al poder estén manchados por la corrupción, y lo peor es que parece no importarnos. Pero mi hija, con su lógica pura, no lo entiende. Cuando me preguntaba "¿Por qué, quiere ganar las elecciones?" Si hace eso ¿puede ser presidente/a? ¿Por qué no le sancionan por hacer eso? me quedé en silencio. No pude ofrecer una justificación válida. Era como cuando un niño pequeño hace preguntas infinitas y el adulto, agotado, responde un simple "porque sí".

Comprendí entonces que ella miraba el debate desde la lógica de los niños: si abres, cierras; si ensucias, limpias; si rompes algo, lo reparas; si infringes la ley, eres penalizado. Me preocupó darme cuenta de que no puedo explicarle de manera lógica un sistema que no sigue ninguna. 

Después de ese día no ha vuelto a preguntar por la campaña o contarme si tiene o no algún favorito/a, y yo me he quedado pensando, después de tantos años de escuchar las mismas promesas incumplidas, deberíamos recuperar un poco de esa lógica infantil y empezar a exigir que la política vuelva a ser lo que se supone que debe ser: un servicio a la ciudadanía, no un juego de poder.

Con todo esto ahora me pregunto si el ¿domingo 13 de abril voy a botar o a votar? (O)