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Todo lo que estamos viviendo tiene un sentido político, un origen común, una necesidad urgente de un grupo particular y, finalmente, un destino azaroso al que el tiempo le juega en contra.

9 Noviembre de 2022 16.01

La ola de violencia inédita que vive el Ecuador de hoy no es producto de la casualidad. Tampoco la inseguridad galopante es el resultado de un fenómeno espontáneo o la consecuencia generalizada de tiempos turbulentos que atraviesa la humanidad. Todo lo que estamos viviendo tiene un sentido político, un origen común, una necesidad urgente de un grupo particular y, finalmente, un destino azaroso al que el tiempo le juega en contra.

Los hechos ciertos, incontrovertibles, son que la violencia brutal gestada en las prisiones y la arremetida de la delincuencia en las calles de todo el país se desató durante el gobierno de Lenin Moreno y se incrementó a límites alarmantes en el gobierno actual del presidente Lasso. También es real y a nadie le cabe duda de que estos dos gobiernos no lograron capear el temporal, se vieron desbordados por la criminalidad, y superaron en su momento las intentonas golpistas ancladas en paralizaciones y protestas sociales, que terminaron degenerando en nuevos actos terroristas, sabotaje, crímenes y caos generalizado.

La idea de ellos, en uno y otro caso, fue la de crear el ambiente necesario de conmoción nacional para lograr, ya sea por el fragor de las calles o por el acalorado ambiente político, el derrocamiento de los presidentes legítimos del país en sus períodos correspondientes. Y, por supuesto, quienes persiguieron (y aún persiguen) este objetivo en primera línea, valiéndose en un caso y otro de movimientos indígenas y gremios sociales, fueron y siguen siendo los mismos de siempre. 

Pero, tan solo por un momento, volvamos atrás en el análisis. Recordemos, por ejemplo, cómo en la década robada se hacían declaraciones fraternas, casi libidinosas, sobre narcoterroristas y guerrilleros. Recordemos aquellos pasajes de Angostura en los que el gobierno de entonces mostraba una rabia y un nerviosismo incontenible tras la muerte del compañero Reyes. Recordemos también la abrupta salida de la base militar norteamericana de Manta, la expulsión de funcionarios diplomáticos y de organismos de lucha antinarcóticos estadounidenses. Recordemos cómo se desarmó e inutilizó a la Policía, a las Fuerzas Armadas y a los grupos especiales de control de la delincuencia. Recordemos que, desde entonces, se multiplicaron como por arte de magia negra las avionetas fantasmas, las pistas clandestinas de aterrizaje, las mafias extranjeras, las pandillas redimidas, las valijas diplomáticas, entre otros fenómenos que han ensombrecido al país.

Recordemos, además, aquel confuso incidente en que el gobierno de Lenin Moreno, que presuntamente debía seguir la línea marcada por su antecesor, se apartó del camino e intentó desmontar el entramado legal hiperpresidencialista de la década anterior. Y, recordemos también cómo salieron entonces a la luz los más voraces actos de corrupción que haya visto el Ecuador en su historia republicana. Recordemos quiénes se han opuesto a la ley de repetición, al uso legítimo de la fuerza, a la ayuda internacional para luchar contra el narcotráfico…

La historia dice que, desde entonces, los que huyeron buscando refugio en territorios cómplices, solo sueñan en volver, pero no para pagar por sus fechorías o devolver lo robado, por supuesto que no, sino más bien para desvanecer sus delitos y disfrazar sus culpas con mantos de persecución política, para liberar a sus cómplices y compinches, para arrancar con furia la tan anhelada venganza, y, como fin último, para establecer en este país su refugio permanente al más puro estilo de sus compañeros venezolanos, cubanos o nicaragüenses, que se han enquistado y perennizado en el poder precisamente porque convirtieron sus territorios en guetos del terrorismo y de las mafias amigas. Porque solo así, aislados, arrinconados, se mantendrán a salvo de intervenciones e injerencias extranjeras no deseadas y, sobre todo, alejados de tentaciones democráticas. 

Allí está el sentido político, allí está el origen común. Allí está la urgencia por volver, la urgencia por devolver el territorio al estado paradisíaco de ausencia de controles, incautaciones, operativos y obstáculos; la urgencia por recuperar el tiempo perdido, pues, ahora más que nunca, sus intereses y sus necesidades juegan contra el tiempo en estos tiempos oscuros.   (O)

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