Vivimos en un país de minutos en el que la esquizofrenia colectiva azuzada por la inoperancia de una clase política, nos lleva a una lectura fragmentada de la realidad que nos hace creer que son las ideologías las que nos sacarán del hueco en el que estamos. Más aún cuando estamos a las puertas de un nuevo proceso electoral que vuelve a poner a ecuatorianos contra ecuatorianos, divididos entre pro y antis.
Y mientras en este rincón del mundo nos pasamos mirándonos el ombligo, asumiendo de buena fe que las agendas de nuestra clase política están alineadas con nuestro desarrollo, no somos capaces de ver que al otro lado de la frontera, más específicamente en el Perú, hay una sociedad y un Estado que tienen claro que es la meta del desarrollo nacional la que impone la agenda de acción gubernamental, sin importar cuán sólida sea la imagen de su mandataria, cuál sea su ideología o cuánto margen de maniobra política tenga.
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¿Cómo explicarse que ese hermano país, pese a tener una presidenta cuestionada y con bajos niveles de popularidad como Dina Boluarte, haya sido capaz de impulsar un proyecto de alcance continental como el megapuerto de 'Chancay a Shanghai', gigantesca iniciativa que impondrá una centralización casi total del comercio sudamericano hacia y desde China a través del Perú, y que incluye la construcción de dos amarraderos para contenedores, otros dos para tareas multipropósito y el desarrollo de toda una red vial y de infraestructura pública para facilitar los accesos marítimo, terrestre y aéreo hacia este polo de comercio, en el que se realizó una inversión inicial de 3.500 millones de dólares en su primera etapa y que, una vez se consolide su expansión, atraerá otra inversión adicional de 3.500 millones de dólares más?
La respuesta es sencilla: esa nación y toda su institucionalidad entienden que la única forma de estimular la inversión es mediante un primer gesto del Estado de plantear un gran proyecto y darle el primer empujón financiero con dinero público, para que después los inversores privados nacionales y, luego, los capitales internacionales se unan a esa acción.
Y esto nada tiene qué ver con ideología de ningún tipo. No importa si se trata de un gobierno de derecha o de izquierda. De lo que trata es del sometimiento de los gobiernos a políticas de Estado a largo plazo, que privilegian el impulso a proyectos potentes y trascendentes, mediante el apalancamiento inicial de la inversión pública.
Según algunos datos, el Ecuador tiene un retraso de 10.000 millones de dólares de inversión en el sector energético, por ejemplo. Bueno, ahí, justamente en donde tenemos el germen de la gravísima crisis que estamos viviendo, está la ventana de oportunidad para impulsar un gran proyecto de desarrollo de alcance nacional para dinamizar la economía, generar empleo, divisas tributarias de retorno para el propio Estado y la posibilidad cierta de resolver a mediano y largo plazo un problema que nos tiene de cabeza a todos.
Pero mientras no haya la voluntad de quienes administran nuestro Estado de identificar ese gran proyecto virtuoso e inyectar los recursos iniciales necesarios para invitar a otros a hacer lo mismo, seguiremos envueltos en el círculo siniestro de ver cómo hacemos para llegar a fin de año y ver cuánto sigue creciendo el déficit, el desempleo, la pobreza y la contracción de la economía y de las oportunidades. (O)