El cultivo de cacao en el Ecuador viene de una variedad especial llamada “Nacional”, también conocida como “Arriba Nacional”. La palabra "Arriba" se añadió al nombre cuando los comerciantes europeos comenzaron a preguntar a los lugareños dónde encontrar este increíble cacao poco después de que fuera presentado al conquistador español, Hernán Cortés, en el siglo XVI. Cuando los españoles llegaban al puerto de Guayaquil con esta pregunta, los lugareños respondían diciendo “Arriba” o “río arriba”.
5.500 años han pasado desde que empezó la producción de cacao en suelo ecuatoriano y el proceso, en esencia, sigue siendo el mismo. Mientras en 1847, Joseph Fry estrenaba la primera barra de chocolate moderna, nosotros seguíamos igual. 176 años más tarde, Ecuador nunca se industrializó, siguió siendo un país de materias primas realizadas de forma artesanal y pequeña. Los derechos de la mano de obra destinada para cultivar dichos campos, lamentablemente, tampoco han mejorado sustancialmente y en algunos casos se evidencian señales de una esclavitud en pleno siglo XXI.
En pocas palabras, la industria del chocolate, que mueve a nivel mundial US$ 140.000 millones, se mueve como un reloj de arena. Muchos productores pequeños de un lado y muchos consumidores de otro, se encuentran divididos por un puñado de empresas multinacionales que cosechan la gran mayoría de las ganancias, a un mínimo esfuerzo de distribución. Para entender mejor este fenómeno, es necesario explicar que más del 60 % del cacao global viene de solo dos países africanos, Costa de Marfil y Ghana, donde entre el 73 - 90 % de sus productores no tiene ingresos suficientes para vivir, por lo que la gran mayoría ni siquiera ha tenido la oportunidad de probar su producto elaborado, el chocolate.
Y para poner las cosas peor, según el Banco Mundial, entre el 30 y el 58 % de dichos productores se ubican debajo de la línea de pobreza extrema. De este porcentaje, medio millón de familias se encuentran en Costa de Marfil y alrededor de 800.000 en Ghana. Se estima que solo el 6 % del valor de una barra de chocolate regresa al agricultor que cultivó el cacao. Y esto no es ninguna novedad en el sector agrícola, donde a mayor esfuerzo menores son los réditos. El Departamento de Trabajo de E.E.U.U estima que entre Costa de Marfil y Ghana existen 1,5 millones de niños trabajando en campos de cacao.
Y, ¿dónde entramos nosotros?
Pues, según The Washington Post, las probabilidades son extremadamente altas de que en los E.E.U.U. todas las barras de chocolate compradas sean producto de trabajo infantil y precarias condiciones laborales. La Asociación Nacional de Exportadores de Cacao del Ecuador (Anecacao), asegura que EE.UU. es el primer destino de exportación del cacao ecuatoriano, seguido de Malasia, Indonesia, Países Bajos y China. Según el Ministerio de Producción, de enero a agosto de este año, hemos exportado 207.051 toneladas de cacao, lo que se traduce en US$ 595 millones, un 36,7 % más alto que en el mismo periodo del año pasado. Guayas, Los Ríos y Manabí se encuentran entre las principales provincias de producción y se estima que existen alrededor de 68.900 productores de cacao en el país (70 % siendo considerados pequeños productores)
En fin, misma fórmula, distinto continente: Muchas familias cultivadoras x un Estado poco regulador de derechos laborales + una carente industrialización = abuso de poder.
Durante el siglo XIX, nuestro país alguna vez fue considerado el primer productor de cacao del mundo. Hasta que en 1916 y 1919, dos plagas acabaron con el 70 % de la producción. Ahora somos reconocidos por ser los mayores proveedores de cacao “sabor fino” y suministramos alrededor del 4 % del cacao total del planeta. Pero, antes de darnos una palmada en la espalda, preferiría que fuéramos reconocidos por estar en el puesto # 1 en sueldos justos, en derechos laborales adquiridos y en ayuda a las familias que hacen este sueño posible.
Un mundo donde esta cita de 1920:
«Indios y negros del Ecuador realizan el trabajo del cacao y otras plantaciones. Estas desafortunadas criaturas son esclavas. No se les llama esclavos. La esclavitud no está permitida por la Constitución de la República. […] La explicación es muy sencilla: cada trabajador de la plantación debe comprar lo que necesita en la tienda de la plantación. Se le da crédito y se le anima a endeudarse. Una vez endeudado, es un esclavo. No tiene esperanzas de saldar su deuda.»
No se vuelva a repetir en 2023.
(O)