Quienes habitamos este planeta vivimos en una era en que el conocimiento y la información han sido remplazados por entretenimiento. La cantidad de horas y dinero que dedicamos a la búsqueda de este es simplemente incomparable a la de nuestros padres o abuelos. Lo que hoy se denomina Economía Naranja, la que representa lo que realizan las industrias creativas, obtuvo en 2021 una inversión superior a los 31 mil millones de dólares, da empleo directo a 30 millones de personas y a otros 300 millones de personas en la economía informal, esta crece a un ritmo promedio del 10% anual. Esta industria a nivel global tiene un valor de mercado estimado en 2 Trillones de dólares. La participación de este mercado la lideran el cine y la TV, pero ya el más lucrativo y el que más crece es el de Gaming. Para dimensionarla adecuadamente comparemos estas cifras vs la de la industria automotriz global que se valora en 2.86 Trillones de dólares. Se estima que el 10% de los ingresos familiares van al entretenimiento, al que se le destina alrededor de 4.5 horas diarias.
Podríamos seguir mostrando cifras, pero creo que está claro por qué nuestra era no es la del Renacimiento, la Ilustración o de la Razón. El entretenimiento ya es parte importante en todas nuestras actividades, laborales, sociales, educativas, etc, y también de la actividad política.
En los 80´s la elección de Ronald Reagan, un actor de cine retirado, como Presidente en USA marcó un punto de inflexión en la política de ese país y su paroxismo ocurrió cuando un empresario que construyó su imagen pública por medio de un programa de televisión en la que demostraba su habilidad para detectar y despedir a los incapaces fue electo Presidente. En el medio de ellos también hay casos de actores, luchadores, etc, que lograron gobernaciones y alcaldías.
En Latinoamérica hay algunos casos dignos de nombrar cómo un cantante ex presidente en Haití u otro cantante electo gobernador en Argentina, los congresos también acogen futbolistas, cantantes, bailarinas y otros miembros del mundo del entretenimiento.
En nuestro país la incursión de talentos de pantalla se inició en los 90 cuando el presentador de un programa-concurso logró un escaño en la entonces llamada Cámara de Representantes, con una abultada votación.
En esa misma década se eligió como Presidente de la República a un candidato que trastocó la tarima política en tarima artística y recorrió el país cantando y bailando sin esbozar un claro programa de gobierno. Fue muy divertido, su corta estadía en el poder no tanto.
Hoy estamos viviendo un periodo electoral para reemplazar autoridades seccionales y los candidatos, posibles y potenciales, provienen en gran número de la industria del entretenimiento, farándula e influencers de redes sociales. A ratos da la sensación de que se está preparando un casting para un reality show y no listas de candidatos.
Me niego a pensar que los partidos políticos han decidido tomar el pelo a los electores y que buscan a estos personajes obligados por la Ley de Elecciones que recorta el número de días de campaña electoral a 30 y que esta vez será desde el 3 de Enero al 2 de Febrero del 2023.
Cualquier consultor, estratega, comunicador o politólogo puede corroborar que en ese lapso es imposible lograr niveles de conocimiento aceptables para un candidato, presentar su trayectoria, sus ideas, sus planes y modificar la intención de voto a su favor.
Sin quererlo, prefiero pensar que es así, se ven los partidos obligados a reclutar a personas que gozan de popularidad, que usualmente no ha sido lograda por su accionar político, así vencen el primer obstáculo, ya no requieren invertir tiempo y recursos en darlos a conocer. ¿Cómo piensan? ¿En qué piensan? ¿Tienen una ideología definida? ¿Hay afinidad con otros miembros del partido? ¿Están preparados para la función pública? Todo eso pasa a segundo o tercer plano. Son conocidos y las personas votan por los conocidos, punto.
Llamar a esta era política la del POLITICTAINMENT es lo correcto, el problema es que los resultados de ella no suelen ser divertidos ni entretenidos. (O)