Hijo, hija. No soy un padre perfecto, nunca lo he sido y nunca he pretendido serlo porque simplemente no existe un padre perfecto. Ustedes saben eso muy bien. También saben que son lo más importante de mi vida, desde el primer día hasta el infinito. Saben que todo lo que hago es por y para ustedes y me encanta, así no siempre lo demuestre.
Me encanta levantarme temprano para verles dormidos y escucharles respirar. Me encanta moverme en silencio en sus cuartos hasta llegar a sus camas, acariciar sus cabezas, darles un beso y pedirles que se despierten “porque hay que ir al colegio”. Allí, en ese punto, es cuando la paz se rompe y empezamos el corre, corre. Pero, créanme, me encanta.
Es que aún están en casa con su mamá y conmigo, porque todavía les puedo ir a dejar en el colegio, unos días apurados y otros no tanto, y aunque cada vez hablemos menos en el camino. Ustedes con su música que poco o nada me gusta y yo con mi cabeza llena de cosas de grandes, esos minutos son únicos. Los miro de reojo, por el retrovisor, sentados a mi lado y recuerdo esas primeras veces de camino a la escuela con los juegos de naves espaciales, cantando con los Beatles y Charly, sorprendiéndonos siempre al ver al Cotopaxi blanco por la mañana, hermoso siempre.
También recuerdo sus cartas, sus dibujos, sus gracias, sus ocurrencias y sus frases inteligentes y sabias que siempre me sorprendían y aún lo hacen. Esas memorias, esos recuerdos se han convertido en la energía que necesito cada día.
Hoy están grandes, sanos, fuertes, inteligentes y rebeldes. Son unos adolescentes y disfrutan de esa etapa fantástica. Cuando el silencio se quiebra, casi siempre cerca de su colegio, hablamos. De música, de deportes, de sus amigos. Hablamos y me quedo tranquilo, así tenga preocupaciones por delante; verlos camino a sus aulas, para pasar con sus amigos me emociona como el primer día. Verlos compartir y conversar sobre la fiesta o sobre el tiktok del día o sobre las canciones que les encantan o sobre cualquier cosa me llena.
Les he dicho cientos de veces y lo repetiré otras cien. La mejor etapa de la vida es el colegio, así que disfruten cada día. 'Profe', estás en tu último año y lo que estás viviendo se graba cada día en el corazón y en el alma. En mi caso, los amigos del colegio son los que me acompañan hasta ahora en las malas y en las buenas. 'Pompina', acabas de empezar la secundaria, estás llena de curiosidad, tienes temores (todos los tenemos, sin importar la edad), pero te veo y te siento feliz. Sigue así goleador, sigue así mi niña hermosa.
Sé que a veces soy muy exigente con ustedes, muchas veces mal genio e impaciente. Sé que ya no me escuchan como antes y que sus intereses son diferentes a los de hace uno o dos años. Es normal, es la vida y yo seguiré pidiéndoles que nos ayuden en la casa, que arreglen sus cosas, que acoliten en ciertas tareas, que sean buenas personas. A la final, con discusiones y alegrías, con consejos y advertencias, lo único que me importa es que sean buenas personas, honestas, responsables.
Están creciendo, aprendiendo, madurando, formando su personalidad, equivocándose. Están viviendo y mientras tanto yo seguiré con mis chistes, con mis temas y manías, con mis consejos para el día a día y para el futuro.
'Profe', me encanta jugar fútbol con vos, verte alistar tus cosas y sentirte fuerte, grande, noble y bondadoso. Me encanta cuando me preguntas sobre la vida, sobre política, sobre mi trabajo, sobre cualquier cosa. Me gusta verte jugando 'Play' y escuchar las cargadas que se hacen con tus amigos. Me emociona y me asusta a la vez cuando sales de fiesta con tus panas. Esa es la vida.
'Pompa', ya no te puedo amarcar como antes y no sabes la pena que tengo por eso. Pero te veo alegre, chistosa, descubriendo lo que es la adolescencia y el valor de la amistad. Tu risa me alegra siempre y tus ojos llenos de chispa son simplemente maravillosos. Tus cosquillas y los juegos que aún tenemos son vitaminas. Ya quiero llegar a la casa para abrazarte y molestarte.
Claro que hay cosas que no me gustan como verles tanto tiempo en los teléfonos y algunos de sus gustos musicales (Hijitos, ¿por qué tanto reguetón?). Tampoco me agrada cuando hay que repetirles las cosas, repetirles tres veces las preguntas y casi obligarles a que cumplan sus tareas de la casa. No me gusta amenazar, ni castigar. Tampoco me quedo tranquilo cuando alzamos la voz. Es feo.
Ahora mismo, mientras termino de escribir este artículo les escucho en sus cuartos. Les espío sin que se den cuenta y me quedo feliz pidiéndole a la vida que les vaya bien, que sueñen siempre, que rían todos los días. Son lo mejor. (O)