Carta abierta para los treintones
En poco tiempo seré parte del selecto 'Club de los 30s' y en conmemoración a tan aclamado evento les presento una carta abierta para despedirme de los tumultuosos 20s y para dar la bienvenida a mi tercera década en este planeta.

A algún 'genio' se le ocurrió la brillante idea de dividir a la población humana por generaciones, desde la que vivió en carne propia la posguerra (1930-1948), pasando por los Baby Boomer (1949-1968), la X (1969-1980), los 'millennials' o Y (1981-1993), la Z (1994-2010), hasta llegar a los Alpha (2011 en adelante), atribuyéndole a cada una diferentes objetivos, necesidades, gustos, temores, amenazas y oportunidades. Como si un nombre podría juntar las voluntades de todas las culturas, religiones, geografías y nacionalidades en un solo grupo, hecho que me parece absurdo. 

Pero, cuando se trata de la frialdad de los números, de los datos demográficos a secas, no hay cómo escapar del paso del tiempo. Llegamos a este mundo con un llanto, hecho indiferente para el primer grano del reloj de arena. Y así empieza la vida, dependiendo absolutamente de nuestro entorno, recibimos el recorrido de la lotería genética, donde puedes nacer en un país frío, caliente o medio; con un idioma poco o muy conocido; con una familia feliz o triste; con un color de piel adornado de pigmentos variables; con hambre o lleno. En fin, con las miles de posibilidades y probabilidades que este universo concibió para estar donde estás. 

Los primeros diez años se viven con ganas, los segundos diez se forjan con ímpetu y los terceros llegan más estructurados. Para algunos, motivo de tristeza. Para otros, un llamado de acción para agarrar con las yemas de los dedos los abstractos sueños veinteañeros. Y así me veo, a tres semanas del tercer piso, listo para acceder al selecto, pero no menor, 'Club de los 30s'. Ya hace rato pasé la edad media ecuatoriana (27,6 años), pero arribo a la media mundial con las justas. Me sumaré a las filas de los 1,2 millones de compatriotas que ya se forjan en las llamas de los 30 a 34 años. 

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O a los 7,6 millones de ecuatorianos que estamos entre los 25 y 64 años.

 

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Y las tres décadas no corren en vano. Físicamente salen a resplandecer las canitas ocasionales, las líneas (verticales y horizontales) que se desplazan con mayor profundidad en nuestra piel, los chuchaquis que se vuelven, cada fiesta, más dolorosos. Pero, también empieza la fase fit, los músculos maduran y la dieta cambia para mejor. Mentalmente se asientan ansiedades y se definen procesos. También, hay quienes caen en desgracia en esta etapa, aquellos que no lograron fortalecer sus convicciones y que siguen apelando a los triunfos de las batallas del ayer. 

Y las señales son claras. Empiezas a escuchar el ocasional 'señor', 'señora' o cualquier adjetivo señorial. Los cambios de look se van definiendo y asentando, en mí caso, hacia la comodidad. Los ojos, resecos de las pantallas, cuelgan los anteojos cada vez más frecuentemente. La estabilidad o inestabilidad financiera se hace cada vez más aparente. Los ciclos sociales se van cumpliendo o incumpliendo, dependiendo de los objetivos. Las horas de dormir se calculan y los trends empiezan a perder sentido. Las semanas vuelan, los meses desaparecen y en un abrir y cerrar de ojos, los 40s se avecinan pasando el umbral. 

Y aunque mis 20s me enseñaron mucho, la inevitabilidad de dejarlos atrás no me deja un sabor amargo. Entro a una nueva etapa con mayor convicción de vivir la vida propia y dejar a un lado las expectativas, presiones, ambiciones y decisiones de los terceros. La experiencia reivindica la valentía de trazar el sendero y como el tiempo corre, solo a paso firme nos igualaremos. Porque sin darnos cuenta nos convertimos en los adultos, sentados en la mesa de los 'grandes', viendo al mundo pasar. (O)