Tomar la decisión de subir impuestos puede parecer una solución atractiva para cubrir el déficit fiscal, aumentar la recaudación y reducir la desigualdad económica. Sin embargo, cuando la medida adoptada por un Gobierno (el que sea) no es técnica y no ha considerado la realidad económica de los contribuyentes, podría no ser una buena idea.
Visto desde el Estado, es la solución más sencilla porque es simplemente quitar más dinero a los contribuyentes que honestamente reciben un ingreso. Pero esto tiene un efecto directo en la economía. Carlos Zaldumbide, anterior funcionario de la Cámara de Comercio de Quito, lo señala con precisión: “Las consecuencias de quitarle poder adquisitivo al consumidor a través de impuestos se empieza a notar en la caída de ventas en todos los sectores del comercio! Si le sumamos la inseguridad y el terror que eso provoca para salir y consumir, el único resultado será más pobreza”. Por eso, un impuesto a la renta elevado puede tener efectos negativos en la economía del país.
Cuando la tasa es excesiva y no responde a una realidad, genera una reducción en la demanda de bienes y, por consiguiente, eso representará menos ventas para las empresas. Se podría volver recesivo y lenta la economía. Los individuos que tienen ingresos fijos pueden reducir sus consumos de bienes y servicios si se les cobra más impuestos. Pero, aunque estas familias puedan sobrevivir, este simple hecho afecta directamente a su economía y, de una manera directa a las empresas que dependen de ese consumo. Esto podría llevar a una reducción de los ingresos de los negocios, de la producción y el empleo, así como a una disminución en los ingresos fiscales con el paso del tiempo. Es decir, son medidas recesivas que no ayudan a la generación de empleo y el desarrollo de las empresas. Además, una subida de impuestos en medio de una recesión puede prolongar y hacer más profunda la crisis económica, puesto que se reduce la renta disponible de los hogares en un contexto de gran incertidumbre y descenso de la actividad productiva.
Si caen las ventas, se reducen los negocios. Si se reducen negocios, también fuentes de trabajo. No solo que los contribuyentes van a dejar de comprar, sino que los empresarios no tienen incentivos para invertir y se ven asfixiados por la obligación de pagar impuestos.
Como podemos percibir, lo único que logra una medida indiscriminada es ahondar la crisis económica. Sin dinero circulante, no hay trabajo. Sin trabajo, hay delincuencia. Si no tomamos en cuenta la inseguridad en que vivimos, los coletazos de la pandemia, las dificultades para emprender nos enfrentamos a un escenario dantesco. Por eso, imponer cargas excesivas genera malestar, lentitud en la economía de una nación y un montón de problemas.
En conclusión, subir impuestos, tasas o contribuciones puede parecer una forma fácil de reducir la desigualdad y aumentar la recaudación, pero sus efectos negativos en la economía pueden ser significativos. Es importante encontrar un equilibrio entre la necesidad de recaudación y la necesidad de fomentar la inversión y el crecimiento económico para evitar posibles consecuencias no deseadas. Con impuestos altos, ¿cómo se va a combatir la miseria total si se le confisca la renta a su gente? ¿Cómo se pretende reactivar la economía, si el Estado exprime los bolsillos de los ciudadanos que quieren hacer empresa? Porque algo que es cierto, comprobado y jamás cuestionado es que las empresas dinamizan la economía de las naciones.
¿Quieren acabar con la delincuencia? Bajen impuestos para que se dinamice la economía. ¿Quieren más inversión? Bajen impuestos para que los empresarios creen puestos de trabajo. ¿Quieren reducir la pobreza? Bajen los impuestos extremadamente altos para que la clase media no baje de categoría. Además, y aunque parezca absolutamente contradictorio, un sistema tributario más progresivo puede terminar incrementando la desigualdad económica.
Si los impuestos son muy altos, puede ser que los trabajadores de bajos ingresos tengan que pagar una parte desproporcionada de sus ingresos en impuestos. Esto puede tener efectos negativos en la inversión, el crecimiento económico, la competitividad, la recaudación de impuestos a largo plazo y la equidad fiscal. Se trata de que los impuestos cumplan con su objetivo, de poder pagarlos pero que no se vuelvan confiscatorios y respondan a la verdadera capacidad de pago de los contribuyentes. Es hora de bajar impuestos, de que el Estado de un poco de oxígeno. (O)