La penetración de las realidades narco en la cultura no es un fenómeno nuevo. Convive como complemento a las narcofinanzas, la narcopolítica, los narcogenerales. Sus expresiones incluyen música, cine, series televisivas, textos escritos, moda, lenguaje, apariencia, vestuario, creencias. Colombia y México han sido desde hace años las cunas privilegiadas de estas creaciones perversas. Creaciones que hacen tambalear la estética y la ética.
Los libros y películas -la Virgen de los Sicarios de Vallejo y la Reina del Sur basada en una obra de Pérez-Reverte –han sido muestras representativas. Y las series televisivas -Rosario Tijeras, Las muñecas de la mafia, El señor de los cielos, entre otras- las de mayor ratings de sintonía. El fenómeno tiene ya varias décadas. Pero ahora es más expuesto, más desafiante, menos pudoroso. Ya no provoca escándalo.
Las historias que alaban el narco -corridos, novelas y ballenatos- tienen ahora sello “nacional”, ecuatoriano. Ya no se narran hazañas solo del Chapo o Escobar. Ahora aparecen glorificadas las pandillas locales -hoy calificadas de terroristas- de los Choneros, los Tiguerones, los Lobos. La expresión “estoy rulay” del último reguetón y que alaba los crímenes de los Tiguerones, se ha viralizdo. La expresión alude a estar relajado, de fiesta, estimulado. El narcocorrido ha mudado en narcorreguetón. La letra de las canciones -según el medio de comunicación Primicias- habla de vida despiadada, salmos de protección, envíos de droga, cuentas bancarias, actos de matar. Fito -el cabecilla fugado- cuenta al menos con dos canciones. Una de ellas interpretada por su hija.
La sospecha sobre la intencionalidad de estas producciones está sobre la mesa. Todo indica que las creaciones pueden tener elementos y momentos espontáneos. Que surgen inicialmente como muestras de admiración y diversión. Sin embargo, el tema no admite ingenuidad. Su montaje, su distribución, su marketing, su inclusión en emisoras y canales no es inocente. Es programada. Obedece a sórdidos planes que superan el entretenimiento. Que apuntan a objetivos políticos de ganar adeptos.
FASCINACIÓN Y REACCIÓN
Varios especialistas señalan que el avance insaciable del narco se afirma en tres soportes. Primero, la penetración y corrupción de instituciones y políticos. Segundo, el padrinazgo de una organización externa -mexicana y/o gringa y/o europea- que auspicia, distribuye el producto, capacita, hace las conexiones, protege. Y tercero, y a mediano plazo, la conquista de la cultura, de los principios y las mentes, del imaginario colectivo. La construcción de una base social es el destino de estos esfuerzos.
La contaminación por la narco cultura es inmensa y silenciosa. La inconsciencia y la pasividad son su caldo de cultivo. Los mensajes simples y repetidos, de fácil asimilación, se instalan en el cotidiano de la gente, en el subconsciente, como ensoñaciones, como aspiraciones a lograr. Se romantiza al narco y se eleva a la categoría de referentes y héroes a los capos: poderosos, millonarios, seductores, excéntricos coleccionistas. Y lo peor, las acciones y valores de las pandillas se naturalizan, copian y difunden. Pierden el sentido sórdido del flagelo que nos azota: drogas, sicariato, masacres, extorsiones, testaferros, contrabando, lavado. Niños ahogados en sangre y muerte.
El púbico destinatario es amplio y abierto. Pero es obvio que los mensajes apuntan sobre todo a menores de edad y jóvenes. Su espacio propicio: la marginalidad, el abandono, las familias poco funcionales, los ninis (ni trabajan ni estudian). Y junto con ello el reclutamiento que deslumbra. Única alternativa a las carencias, los vacíos y el anonimato. Esperanza de hallar ubicación, pertenencia, identidad. Y dinero y poder, prestigio y relaciones, ascenso. Por eso las adhesiones a las pandillas en algunos sectores, su encubrimiento. El costo para los chicos es inmenso… la vida misma. La ponen a disposición de la pandilla. Apuestan a todo o nada; una infeliz ruleta rusa.
La guerra contra el narco, tiene pues varios frentes. Se han priorizado, por obvias razones, los escenarios militar y económico. El frente cultural ha sido dejado a su suerte. En parte porque las alternativas no aparecen y son de largo aliento. Pero se puede prevenir y limitar. La responsabilidad recae en la familia, la escuela y los medios. Se puede hacer mucho en estos niveles, colocando la ética por delante. Nada impide, por ejemplo, suprimir la difusión de narcoseries… El consumo pasivo y la imitación festiva e inconsciente son un peligro. Son vidas de hoy y de mañana las que están en juego. (O)