Hace pocos días en un hermoso ritual de despedida a un ser querido, escuché una reflexión sobre una de las virtudes más extraordinarias de esa persona. ¨Siempre ponía toda su atención cuando le enseñabas o le contabas algo, sin importar la magnitud o relevancia de lo que le hablabas¨.
Quien relataba con amor algunos pasajes de la vida de aquella increíble mujer que había dejado su cuerpo físico, explicó como la hacía sentir importante esa extraordinaria cualidad para escuchar profundamente, para mirar a los ojos mientras le hablaban, y la respuesta con calidez y cariño que nunca faltaba. Parece casi una obviedad una actitud como esta, pero es un hecho que pocas veces estamos plenamente presentes.
Si nos auto observamos, podremos traer varios recuerdos de situaciones donde nuestro cuerpo estaba en un lugar, pero nuestra mente viajaba a un sitio distinto. Donde percibíamos a quienes nos rodeaban como un ruido de fondo, porque nuestra cabeza estaba intentando resolver asuntos diferentes. Podíamos oír, pero no escuchar. ¿Cuántas veces nuestra mirada parece estar centrada en uno de nuestros seres queridos que con entusiasmo algo nos narra, y nosotros con una media sonrisa en la cara estamos especulando sobre el mañana?
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Muchos ven como un atributo a esa capacidad de hacer todo, pero estar en realidad en nada. Cuando lo real, es que seguramente se están perdiendo la esencia de los momentos, la profundidad de una sonrisa o la trascendencia de una palabra. Podemos tener la ilusión de que más tarde recuperaremos aquellos instantes, lo cual es una falacia. Como dijo Buda: ¨El problema es que crees que tienes tiempo¨.
Lo cierto es que vivimos parte importante de nuestra vida en el pasado o divagamos en un futuro incierto. Nos creemos nuestros propios dramas y las elucubraciones del Ego, sin comprender que en realidad es corto el tiempo.
El presente es todo lo que tenemos. Si necesitas mirar al pasado para traer un aprendizaje o ir al futuro para establecer metas, hazlo de manera consciente pero no porque te extravías constantemente. Pero luego, es imprescindible volver al hoy. Hay que recordar que la vida es ahora y que si no estás ahí te la pierdes. La experiencia demuestra que es imperioso poner atención a las pequeñas cosas porque quizás resulten ser las grandes.
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Es verdad que no es una tarea fácil porque la mente nos lleva de forma bipolar de lo insustancial a lo trascendente. De lo que parece estar bajo nuestro control o al menos bajo nuestra influencia, a lo impredecible. Funciona en contrastes impulsándonos a querer alcanzarlo todo, lo cual resulta agotador. Sin embargo, es posible acercarse a la ecuanimidad y a la presencia, si practicamos con las cosas menores, dejando de lado por algunos minutos las distracciones del ajetreado mundo que nos asedia. En corto plazo, seremos capaces de ir un paso más allá. Tener períodos más prolongados de consciencia. Hacer una cosa a la vez con todos los sentidos presentes. Enfocarte en la mirada de quien te habla, escuchar con atención sus palabras y responder con transparencia desde tu alma. Como lo hacía la tía Doris, a quien dedico estas palabras. (O)