"Aquellos que fueron capaces"
Aquellos que fueron capaces, hace dos siglos, de asumir riesgos ejemplares, se han evaporado de la conciencia de la gente. Son personajes desconocidos, incómodos, porque ellos amaron y lucharon por otros valores.

El 24 de mayo y 10 de agosto ya no se celebran ni se sienten de verdad. Son, apenas, ocasión para algún estrépito político. Son feriados que se trasladan para satisfacción de una clase media sin identidad ni compromiso. Son días de banderas que se izan escasamente, por costumbre o por temor. Son días irrelevantes en el tráfago de una sociedad despistada. Son días que no convocan. Días en que la mayoría no sabe ni qué se conmemora. Días de discursos vacuos y de ritos insustanciales.

El 2 de agosto y 10 de agosto son días del olvido de aquellos que fueron capaces de enfrentar a la dominación colonial, de poner el pecho, arriesgar tranquilidades y fortunas y morir fusilados o en el destierro, cargados de cadenas. Es el día del olvido de las libertades y de los derechos, que solo se tienen si se conquistan y se cuidan, cuando se lucha por ellos. Es el día de la negación. Es el día en que queda en evidencia que la “patria” ahora es solo palabra, o el estribillo de una canción, y que ya no es ese sentimiento que unía, que borraba diferencias, que rompía distancias y que hacía de suelo firme, de recuerdo, de lugar de encuentro. ¿Patria, cuál patria?

Aquellos que fueron capaces de fundar la patria con el arrojo y la tenacidad que ya no existen, con la generosidad de la que no somos capaces, verán que la hemos estropeado y roto, y estarán, con razón, avergonzados de sus descendientes, porque lo que tenemos, lo que hemos hecho con su esforzada herencia, no es lo que ellos quisieron, no es lo que soñaron. No. No puede serlo. Esta cruda y penosa realidad no corresponde, ni de lejos, a la utopía por la que murieron. Este estropicio que tenemos ahora, este lamentable escenario de crónica roja política, estas instituciones herrumbradas, este fardo inútil que se llama Estado, no corresponden, ni de lejos, a la república que aquellos soñaron.

El 2 y el 10 de agosto deberían ser la mala conciencia de la inconsecuencia histórica. Deberían ser ocasión para el recuerdo de las cuentas pendientes con los padres fundadores. Deberían ser, más allá de las escasas banderas y de las celebraciones hipócritas, la oportunidad para examinar los pocos valores que quedan, y la fecha para dolerse de las libertades ultrajadas, para advertir la ausencia de grandeza, la agonía de la vergüenza y el portentoso progreso del cinismo.

Aquellos que fueron capaces, hace dos siglos, de asumir riesgos ejemplares, se han evaporado de la conciencia de la gente. Son personajes desconocidos, incómodos, porque ellos amaron y lucharon por otros valores. Sus quijotadas no van con estos tiempos de pragmatismo, ni van sus sueños con la estridencia ni el disparate. Sus discursos y arengas contrastan con las negaciones en que nos hemos refugiado para no pensar, para no decir, para no romper el silencio que atenaza las gargantas, para no salir de la inconsciencia, para no asumir nuestras cobardías, nuestras traiciones.

“Aquellos que fueron capaces” son sombras que incomodan a la general complacencia de no pensar, al universal y cobarde disimulo que nos empantana en la mediocridad. (O)