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Si queremos honrar los deberes que nos impone esta tragedia, habrá que migrar de la naturaleza ficticia de papel y política, a la otra, a la que sufre, a la que exhibe los muñones y las mutilaciones de sus árboles como silenciosa acusación, como testimonio de lo que hemos sido capaces de hacer.

27 Septiembre de 2024 16.04

"Aquella Naturaleza" no es la que está escrita en la Constitución ni la que está enterrada entre la literatura farragosa de leyes y expedientes burocráticos. No es la que han convertido en parapeto político. No es la que nos divide y nos niega porque la han envenenado de ideología y de intereses. No es la de las declaraciones y discursos.

No, no es esa Naturaleza.  Es la que está en el jardín y en el parque. Es la que se expresa como paisaje y espacio de vida, la que es fuente de agua, la que es tierra, árbol, la que es chilca y frailejón, la que es prado y montaña, la que es quebrada limpia, río nítido; la que es ritmo de inviernos y veranos, la de la lluvia que fertiliza y los soles que sanan. Es la Naturaleza entendida como casa y espacio, como opción para vivir y trabajar con respeto, sin rupturas ni violencias, con la tolerancia que impone la existencia de los otros.

Es la Naturaleza que hemos arruinado. Es la de los bosques transformados en ceniza. La de las humaredas y los cielos de sangre. Es la que nos acusa. 

La que aún queda, si la dejamos que exista, es la que, pese a todo, inspira paz y deseos de vivir, la de los cielos azules con anuncios de lluvia; la de los volcanes blancos, la de la cordillera sin llagas. Es la que cada mañana nos recuerda nuestros deberes de cuidarla, es la de la garúa plácida, la del sol que no es ofensa. Es la misma Naturaleza que hemos ofendido y la que nos impone la tarea de restaurarla, la que nos plantea el deber sembrar, otra vez, cada mata y cada planta, en el desierto que han dejado las llamas. 

Es la Naturaleza que nos acogió, la que nos entregó lo que le pedimos, la que nos dio sombra pese al hacha y la motosierra. Es la realidad generosa que ha empezado a perder la paciencia. La que nos advierte con la sequía, la que se subleva con la inundación, la que ha cambiado las brisas por el viento recio. Es la Naturaleza que nos acusa en el río envenenado, en el basurero de la quebrada, en la ruina de la tierra, en el dolor de la erosión. Es la Naturaleza que sufre por la vileza de los que la incendian, por la estupidez de los torpes, por la indolencia de las autoridades y la ceguera de mucha gente.

Es la Naturaleza que Humboldt descubrió en América como nexo entre todas las existencias y vínculo entre todos los seres, como lógica del mundo y fundamento de la cultura. 

¿Seremos capaces de admitir la circunstancia que está en la humareda, en la ruina, en el dantesco espectáculo de los árboles transformados en piras y de los pájaros quemados? ¿O será todo esto parte del pasajero espectáculo que vemos en la televisión?

Si queremos honrar los deberes que nos impone esta tragedia, habrá que migrar de la naturaleza ficticia de papel y política, a la otra, a la que sufre, a la que exhibe los muñones y las mutilaciones de sus árboles como silenciosa acusación, como testimonio de lo que hemos sido capaces de hacer. (O)

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