En los últimos días, al igual que la mayoría de los ecuatorianos y a varios kilómetros de distancia, he experimentado una mezcla de emociones: dolor, esperanza e indignación ante la situación política de Ecuador. No obstante, considero que esta jornada electoral también nos proporciona valiosas lecciones cargadas de cuestionamientos en torno a lo que representaba una nueva oportunidad democrática para todos.
Siento dolor por la muerte de un ser humano que, aunque nunca conocí, personificó durante años la única figura visible de una valentía social en declive. Villavicencio fue un comunicador que se atrevió a denunciar las sospechas de corrupción política que muchos intuimos en silencio, pero que en su caso, investigó, denunció y finalmente le costaron la vida.
Mi esperanza se convirtió en indignación al constatar la falta de respeto del Consejo Nacional Electoral hacia los miles de ecuatorianos que vivimos en el exterior. El proceso de votación telemática estuvo plagado de errores técnicos y contradicciones en la gestión, comunicación y resolución de problemas. A pesar de nuestra consigna de expresar nuestra convicción democrática mediante el voto electrónico a distancia, la burocracia electoral no lo consideró suficiente. Esta convicción es aquella a la que nos aferramos para mantenernos conectados con el país que amamos.
Las lecciones extraídas de esta experiencia electoral van más allá de los resultados o los colores políticos. Al final, esas son las reglas del juego democrático, pero están relacionadas con una revisión de la actitud con la cual hemos abordado este nuevo proceso democrático.
Sí, hay efectos coyunturales evidentes tras las elecciones, como el cambio generacional en los candidatos o la reducción del riesgo país que mejora la imagen de la economía por un tiempo. Sin embargo, en lo profundo, seguimos ignorando las estrategias propuestas para resolver problemas graves en un lapso de 18 meses, como la seguridad carcelaria y el control fronterizo para combatir el narcotráfico. Además, carecemos de conocimiento sobre los planes legislativos y de fiscalización de los 137 nuevos asambleístas.
Es cierto que la política ha sido una actividad a la cual los "ciudadanos comunes" hemos resistido, entre otras razones, como señala Thony Da Silva Romero en su blog, "porque la relacionamos con corrupción, clientelismo, populismo y demagogia, ejemplos que sobran en América Latina". Sin embargo, esta desconfianza ha generado una brecha en el debate social al cual los ciudadanos debemos aportar. ¿Qué queda entonces como balance?
Después de que la efervescencia social disminuya, se impone la urgente necesidad de reconocer que existe un vacío de cultura política en la sociedad, y que la realidad actual refleja el deterioro social que enfrentamos. Podría sonar duro, pero al omitir acciones como leer, entender, criticar y asumir un rol activo en la política, hemos evolucionado como sociedad hacia lo que Paulo Freire definía en 1970 como "analfabetos políticos". Esta categoría nos ubica, mediante una analogía, al igual que el iletrado, en sujetos pasivos a quienes, "sin importar si sabemos leer y escribir, nos invaden percepciones ingenuas sobre las relaciones políticas en la sociedad".
Es un espejismo creer que cuando el 30 de noviembre González o Noboa asuman la presidencia, inaugurarán un nuevo país. Lamentablemente, eso no ocurrirá a menos que como ciudadanos responsables emprendamos un proceso de redefinición de nuestro papel como agentes activos en la organización política del país. En última instancia, somos responsables directos del tipo de políticos que nos representan.
Estoy de acuerdo con Michael Sandel en su análisis sobre el papel que la sociedad debe desempeñar en la construcción de la democracia. Es imperativo "invitar" a todos a llevar a cabo una reflexión crítica sobre sus convicciones morales y políticas, así como sobre cómo percibimos el mundo en medio de sociedades polarizadas. Debemos fomentar el debate cívico con escucha activa en torno a temas relevantes, en los cuales no es sencillo ponernos de acuerdo con quienes no comparten nuestra opinión, en temas como: la desigualdad, el dinero, los mercados, la injusticia, la migración, el cambio climático o la distribución de la riqueza.
La introducción del concepto de alfabetización política resulta oportuna para enlazar con los componentes educativos cívicos y analizar así la política como un medio para anticiparse a la maquinaria populista, que busca aprovechar las carencias de una educación reflexiva, crítica y proactiva. El propósito sería definir un nuevo perfil de ciudadanos conscientes, que comprendan el funcionamiento del Estado y asuman su responsabilidad en la democracia. Esto requiere un enfoque educativo que promueva la conciencia política desde temprana edad y a lo largo de la vida adulta, con una comprensión completa de la importancia de su papel en la democracia. (O)