Empezar un nuevo año es, sin duda, haber sobrevivido al anterior. ¡Qué no es poca cosa! Por eso, como viene incierto y hemos puesto toda nuestra esperanza, es imposible desafiar a la suerte.
Las tradiciones que hacen las personas que fingen ser trencito (usualmente la gente en los matrimonios tiene esta extraña costumbre de ser felices al son de la conga) van de la mano de supersticiones que simbolizan el cierre de un ciclo y la necesidad de que el que venga, fortuito como siempre, no llegue con sobresaltos. Por eso, además de reducir a cenizas los años viejos para cerciorarnos de que no haya vestigios del que pasó, es necesario seguir otras costumbres que muchas veces no salen como uno espera.
De las más arriesgadas es comer uvas escuchando las doce campanadas mientras te abraza la tía Florinda. Puedo decir que este año no me atoré. En realidad, solo comí tres uvas, que es lo que un tipo normal logra meterse en la boca. Las otras nueve las aplasté y preparé un jugo bastante bueno. Nadie me dijo que eso no había como hacer; sin embargo, no me podía arriesgar a dejar de pedir un deseo por cada uva. Tomé esa decisión porque antes de las campanadas sugerí reemplazar las uvas por pasas, pero a las personas con las que pasé el fin de año no les gustó la idea. Pregunté cuál era la razón de usar uvas y no pasas o mandarinas o sandías (unas pequeñas), pero tampoco sabían. El azar es parte de la vida, de las conversaciones, de una buena sobremesa y de los sueños. Quizás es por eso, por eso no hay que importunar.
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La esperanza de que el año que viene sea mejor no se limita a atragantarse uvas. También usé un calzoncillo amarillo, para vergüenza mía. ¡No hay nada más mata pasiones que ponerse algo así! Sin embargo, no puedo poner en riesgo el destino de los próximos doce meses. El siguiente episodio donde se vuelve a abrir el portal ocurre el 31 de diciembre de 2025 y para eso falta mucho. Para la tranquilidad de todos, me aseguré de que la prenda esté limpia, cosa que es fundamental para el ritual de atraer cosas inimaginables para este buen año que empieza.
Como se habrán dado cuenta, no soy supersticioso, "porque trae mala suerte". Pero prefiero no desafiar al destino. Por eso, también compré un kilo de lentejas. La creencia indica que atraen riqueza, prosperidad y muchas bendiciones. Por eso, quién soy yo para oponerme a la abundancia que muchas lentejas traen en este rito arcaico. El ritual fue hecho según los cánones tradicionales, justo antes de la medianoche, cuando el año está a punto de cambiar, para que las energías se sincronicen con el nuevo ciclo que comienza. El problema se dio cuando el que salió corriendo con las maletas se resbaló en la baldosa con las lentejas que se habían regado. Ahora que lo pienso, quizás fue mejor así a que el accidente sea en el viaje que le acabo de evitar por no haber podido completar la vuelta a la manzana con maletas. ¡Por algo será!
Cuando empieza el año, si sobrevivimos a cosas como no atorarnos con uvas, a haber usado un calzoncillo de distinto color que el amarillo, a no haber salido a dar la vuelta a la cuadra con maletas, al pasa las lentejas Antonio, quiere decir que somos sobrevivientes de nuestros propios miedos. Por eso, debemos ser muy cuidadosos con lo que hacemos y deseamos. "Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir", decía el genial Oscar Wilde. Cambiar de año es algo sumamente riesgoso ya que empieza con deseos y propósitos que tienen el sentido humano de la esperanza.
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Esta fecha en la que queremos que todo cambie para que no cambie nada, es un punto de partida de un camino que quizás ya lo hemos recorrido. No perdemos la ilusión de que algo mejor suceda, pero con pepas de uvas en el estómago. El sol sale de la misma manera todos los días, sin importar que el calendario inicie con un nuevo número.
Son ciclos que se cierran con la sensación de que otros mejores se abran, por eso, a veces es bueno recargar el alma de esperanza y pensar en nuevos propósitos para que no sea tan pesado el paso del tiempo. Es legítimo tener ilusiones, aunque lo único ridículo que encontremos sea a nosotros mismos en el espejo.
La Nochevieja y el cambio de año es, sin temor a equivocarme, la fiesta más universal de todas las fiestas. No hay lugar en el mundo que no celebre ese día. Por eso, como expresan los toreros y ya con el año empezado, "¡qué Dios reparta suerte!" este 2025 y que tengamos la firme esperanza que, como dice Calvin and Hobbes, "[T]he sun will rise, and we will try again". Por eso, para todos, ¡que sea un buen 25! (O)