Adolescencia en riesgo
Desde la experiencia de la crianza, muchos padres podemos estar pasando por alto comportamientos que, aunque silenciosos, son verdaderos pedidos de ayuda. Conductas que claman atención, aunque no lo hagan con palabras.

En los últimos días he escuchado y he leído algunos análisis basados en la serie Adolescencia, y aunque la vida real es mucho más compleja e integra factores que no siempre se visualizan en una producción audiovisual, pienso que esta serie despierta —sobre todo en los padres— muchas interrogantes y preocupaciones.

Las preguntas que se generan están principalmente relacionadas con el rompimiento de lo que solemos considerar "normal". Jaime, el protagonista adolescente, crece en un ambiente con mucho cariño, pero con escasas reglas. Desde la psicología, esto podría denominarse una crianza permisiva: existe afecto por parte de sus padres, pero no se establecen límites claros. Esto también puede ser interpretado como una forma de hostilidad, aunque no sea la más evidente ni la que comúnmente se asocia con gritos, castigos o amenazas. Ser permisivos nos pone al borde de la negligencia y demuestra poco cuidado en aspectos clave de la vida emocional y conductual de nuestros hijos.

Las consecuencias de este estilo de crianza suelen ser claras: los niños que crecen en entornos permisivos tienen mayores dificultades para autorregularse, para mantener el autocontrol, presentan una baja tolerancia a la frustración y sus reacciones pueden ser desproporcionadas, llevando sus emociones al límite.

Otro componente que vale la pena analizar es el tiempo que Jaime pasa en redes sociales, sin ningún tipo de supervisión sobre lo que consume o con quién interactúa. Esto lo expone a contenido que no es apropiado para su edad, muchas veces violento o perturbador. Además, el diseño de estas plataformas lo somete a un sistema de refuerzo constante, que le impide establecer límites de tiempo en el uso del teléfono y genera una dependencia emocional. Podría decirse que se encuentra atrapado consigo mismo, en una especie de cárcel digital donde el aislamiento emocional se disfraza de conexión.

Parecen señales normales en la adolescencia, pero, en realidad, muchas de ellas esconden una profunda soledad, silencio y una escasa comunicación con sus padres.

No puedo negar que todo esto me preocupa. Desde la experiencia de la crianza, muchos padres podemos estar pasando por alto comportamientos que, aunque silenciosos, son verdaderos pedidos de ayuda. Conductas que claman atención, aunque no lo hagan con palabras.

Aunque resulte paradójico, una estructura familiar a la que comúnmente se le llama "normal" —padre, madre y cariño incluido— también puede presentar conflictos emocionales importantes, que deben ser identificados y atendidos a tiempo. La gran interrogante que se plantea es: ¿el cariño basta? Al parecer, es la base fundamental, pero desde ahí emergen otros factores igual de importantes que como padres debemos tener en cuenta: brindar tiempo de calidad sin pantallas alrededor (nosotros incluidos), permitir que nuestros hijos hablen o guarden silencio, y, sobre todo, estar presentes, incluso cuando ellos deciden no contar mucho.

Observar con juicio y sensibilidad se vuelve clave, porque si algo ha quedado claro es que los padres somos capaces de detectar señales de alarma. Y si algo nos inquieta, probablemente sí esté afectando el desarrollo de nuestros hijos e hijas.

Con esto, no pretendo dar recetas infalibles ni asumir el rol de experta. Solo quiero dejar en claro que si no tenemos en nuestras manos la solución a ciertos conflictos —porque ningún padre nace con un manual titulado "Escuela para padres, tomo I"—, al menos podamos tener la humildad y la responsabilidad de pedir ayuda a profesionales que puedan guiar y acompañar el proceso de crianza.

Sentirnos vulnerables como padres también es válido. Lo que no es válido es quedarnos inmóviles ante esa vulnerabilidad. La indiferencia, la inacción, la negación, eso sí es peligroso. (O)