Los abuelos son personas que marcan nuestras vidas y yo tuve la suerte de compartir con mi abuelito Jaime casi 30 años. Existe una frase que dice que los abuelos nunca mueren, sino que se vuelven invisibles y duermen para siempre en lo más profundo de nuestros corazones. Hoy después de 4 años de su partida estoy más que convencida de que esa frase es una realidad y no solo una frase de consuelo.
Ya de adulta me di cuenta de lo afortunada que era de poder compartir tanto tiempo con mi abuelito ya que muchos de mis amigos habían perdido a los suyos o nunca los habían conocido. Yo daba por hecho que las Navidades él era el más entusiasta con los juegos y canciones. En mi cumpleaños era la llamada más esperada y de pequeña obviamente esperaba su invitación a desayunar. Y así en tantas tradiciones y fines de semana que compartimos, pero siempre riéndonos y molestándonos.
Él tenía una frase que quizás es de las que más extraño, “excelentemente bien”. Cuando algo le encantaba o si disfrutaba mucho alguna actividad la calificaba de “excelentemente bien”. Estas dos palabras nos motivaban tanto que sabíamos que la siguiente semana debíamos repetir esa comida o esa salida. Dada la situación del país, de nosotros como empresarios y de todo lo que pasa a nuestro alrededor recordar esa frase es mi mejor aliciente. Estoy segura que cada abuelo tiene una frase que nos sirve de aliciente y nos roba una sonrisa sin que muchos alrededor entiendan el porqué.
De hecho, gracias a él amamos al fútbol en mi casa. Mi papá, quizás el más parecido a él en muchos aspectos, heredó ese amor al fútbol y al Deportivo Quito. Yo logré únicamente engancharme con el amor al fútbol, pero no al equipo de la Ciudad. Sin embargo, siempre estaba pendiente de lo que pasaba con él por el bien familiar.
El amor a la ciudad también lo heredamos de él. Un verdadero Chulla Quiteño que hablaba con amor y orgullo de las maravillas de la ciudad. Todos en la familia admiramos nuestra ciudad, aunque algunos ya no viven en ella siempre quieren volver. En estos momentos de tantas malas noticias sobre Quito, sus historias hubieran convencido a más de uno de seguir luchando por ella.
En la familia todos hemos tenido interés en las noticias y el periodismo. Tanto así que hemos terminado en discusiones entre nosotros por defender nuestras posturas políticas, religiosas y hasta filosofías de vida. Y es que esas discusiones nos han enriquecido y nos han dado la seguridad de ser quienes somos.
Mi abuelito trabajó más de 50 años en El Comercio. Su pasión por su trabajo nos la heredó sin darse cuenta. Si bien nadie quiso tener su misma profesión de una u otra manera estuvimos relacionados.
Mi papá me enseñó a leer el periódico todas las mañanas antes de ir al colegio y a desayunar viendo las noticias. A veces me sentía una anticuada con estas tradiciones cuando mis amigos tenían otras rutinas en las mañanas, pero yo las disfrutaba tanto que nunca opté por ningún cambio. Actualmente, aunque a veces me deprima más lo que leo y veo que lo que vivo realmente; sigo queriendo saber qué pasa con el país y el mundo.
Analizando en la influencia de mi abuelito, creo que sus nietas hemos sido fieles a su pasión, pero desde otros roles. Mi prima, casi hermana mayor trabaja en la tele y en la radio desde hace ya muchos años. Le gusta tanto lo que hace que no le importa empezar su día a las 4 am para informar a su audiencia. Yo, aunque por hobbie sigo escribiendo para esta prestigiosa Revista y aunque me hubiera encantado que mi abuelito lea mis artículos junto a mí, sé que desde el cielo él es mi primer lector. Y por último mi papá y mi prima mayor han marcado muchos hitos en sus vidas que han sido parte de diarios digitales y escritos por sus destacadas participaciones en sus profesiones y hobbies.
Gracias a todo esto y al amor que nos demostró siempre, los abuelos no mueren solo aprendemos a convivir con ellos de distinta manera. (O)