A María Belén Bernal
Cuando supe que iba a ser padre de una niña mi corazón latió a mil. Pero enseguida vino a mi mente la frase que me había dicho mi abuela años atrás: “Las mujeres sufrimos mucho”.

En el año 2006, cuando estaba por ser padre, mi abuela paterna me dijo un día: “Ojalá sea un niño, las mujeres sufrimos mucho”. La frase la repetía con frecuencia con un tono que mezclaba lamento, angustia y resignación. Yo le decía: “No, abuelita, no tiene porqué ser así”. Mi respuesta era como un reflejo, como una reacción con la que trataba de creer que mi abuela exageraba, que los hombres también sufrimos, que los hombres también sentimos dolor y miedo.

Pocos meses después de escuchar esa frase nació mi hijo, hoy ya de 16 años. Y hace algo más de 11 años nació mi hija. Recuerdo con todo detalle el momento en el que el ginecólogo de mi esposa, mientras miraba un monitor, nos dijo: “es una niña”. Mi corazón latió a mil y con mi esposa nos miramos llenos de felicidad. Pero enseguida vino a mi mente la frase que me había dicho mi abuela años atrás: “Las mujeres sufrimos mucho”.

Traté de pensar en otra cosa, mientras empezábamos a llamar a la familia a contar la buena nueva. La primera nieta estaba en camino. Una niña que hoy ya es casi una adolescente y que va descubriendo el mundo, lo lindo y lo feo, lo bueno y lo malo. Mi esposa ha hecho un gran trabajo con ella: ha pasado junto a mi hija siempre, es su consejera, su persona de confianza. Mi esposa le ha explicado los riesgos, los peligros que asechan a las mujeres. Ha hecho de ella una niña segura.

Le ha enseñado lo importante que es hacerse respetar y cuánto importa saber decir no a tiempo. Mi hija está creciendo y me encanta verle alegre, con carácter y con la curiosidad de todo niño, de toda persona que mira a su alrededor y trata de entender por qué ocurren ciertos hechos.

Ella tiene reflexiones simples, pero profundas: “Creo que ser papá o mamá debe ser muy difícil” o “Por qué hay hombres que atacan a las mujeres”. Ríe, llora, se emociona. Juega, aprende, entiende y estoy seguro de que en su mente tiene miles de preguntas que las hará mientras crece.

En casa, las conversaciones con los hijos son frecuentes y sobre varios asuntos. No son tan largas como quisiéramos, pero intentamos explicarles cómo ser buenas personas, qué hacer ante posibles situaciones que pueden ser inseguras o riesgosas. Las preguntas vienen y tratamos de dar respuestas.

Pero qué hacer cuando las niñas y los niños se enteran de noticias como el crimen contra María Belén Bernal. ¿Cómo explicarles que las mujeres viven en permanente asecho? ¿Cómo intentar entender el incremento de los femicidios en el país? ¿Cómo decirles que los peligros están más cerca de lo que uno piensa, que esos peligros pueden estar bajo el mismo techo?

Es miércoles por la noche y el país entero está asimilando, o intentando asimilar, la noticia de la muerte de una abogada que fue vista por última vez en una institución que tiene como rol servir y proteger a la ciudadanía. Las redes sociales están llenas de reclamos, están llenas de ira e indignación. Hay manifestaciones espontáneas en las calles, los colectivos sociales demandan justicia. Las autoridades aseguran que irán tras los culpables.

Los ánimos están bajos, el miedo nos gana por momentos. Y de la nada aparece mi hija, se acerca, me da un abrazo y un beso. Me pregunta: “¿Qué pasa papá?”. Le respondo que todo está bien, la aprieto fuerte y sé que ella sabe que algo me preocupa.

Se va a su cuarto y yo me quedo frente a la computadora. Sigo viendo nuevos titulares sobre este crimen y no puedo imaginar el dolor que sentirá la familia de María Belén Bernal, el sufrimiento que viven sus padres, su hijo, y que tendrán que soportar por siempre. Es verdad, abuelita, las mujeres sufren mucho. (O)