Un solitario árbol, Arabisco, es el único remanente vegetal de mi cuadra en Loja. A lo burócrata con nombramiento: “alcaldes han ido y venido, pero sus raíces siguen ahí”. Lamentablemente, un pensamiento asfaltado, gris y opaco, se ha apoderado de nuestras ciudades y nuestras mentes. En Ecuador y en cualquier parte del mundo, estamos sintiendo los impactos del cambio climático, pero la infraestructura que escogimos no está preparada para hacerles frente.
Cuando el sol sale, no hay sombras que apacigüen sus rayos y su temperatura. Cuando llueve, nuestras calles se vuelven lagos, inundados por la falta de filtración del pavimento. La biodiversidad de la fauna urbana también se ve afectada por la expansión, sin planificación, de este cáncer poblacional. Sin embargo, existen ciudades que se han tomado estos retos a pecho y han creado soluciones para mitigarlos. Es decir, los alcaldes ecuatorianos no tienen que inventarse el agua tibia, es suficiente que vean y copien las buenas prácticas de afuera para integrarlas puertas adentro.
Uno de estos casos son las ciudades esponja. En 2015, en China lanzaron un programa piloto de esta índole en 30 ciudades de todo el país. El objetivo del proyecto era coordinar y promover la construcción de mecanismos que mejoren el drenaje urbano y prevengan inundaciones, lo que llevó a crear un entorno biológico diverso. Los arquitectos complementaron la infraestructura gris (tuberías y concreto) con soluciones naturales como jardines diseñados para capturar la lluvia y árboles nativos que absorben el exceso de agua a través de sus raíces.
En 2014, Barcelona, España, enfrentaba serios problemas de contaminación del aire. Estudios mostraban que este problema ambiental causaba 3.500 muertes prematuras cada año. Es así, que desarrollaron un extenso plan de movilidad, dentro del cual se presentó a las 'Súper Manzanas', donde tomas nueve cuadras y cierras el interior para que los autos circulen a lo largo de este perímetro. Priorizando al ser humano se reduce la contaminación (tanto ambiental como auditiva), se amplían los espacios para sembrar árboles y vegetación, y se impulsa a la economía local.
Durante los años 70, en Groninberg, Países Bajos, los autos dominaban el espacio público, por lo que diseñaron un plan de desarrollo urbano que dividía a la ciudad en cuatro zonas, limitando el coche a un espacio reducido, mientras que la bicicleta tomó protagonismo. Hoy, sus 230.000 habitantes son considerados unos de los más felices del mundo, viviendo en una ciudad que tiene el número per cápita más amplio de dueños de bicicletas y aplicando el concepto de los 15 minutos. Es decir, tener el trabajo, la escuela o el supermercado en un espacio de no más cuarto de hora.
Evidentemente, todas las ciudades tienen una realidad específica. Pero, ahora solo queda lo más importante, replicar lo bueno y desechar lo malo. ¡A copiar, alcaldes! (O)