47 segundos entre el suelo y el cielo

Acabo de revivir la muerte de unas tres mil personas. Todas desconocidas para mí, pero, a la vez, tan cercanas. Quizás por ese sentido de pertenencia que nos da la condición humana o quizá por esa carga emocional que nos hereda la tragedia.

Tres mil cadáveres, ahora transformados en nombres vestidos de forma elegante en bronce, recorren un muro que rodea dos cascadas subterráneas, donde el agua, siguiendo su curso, como en una fuente construida según el Feng Shui, termina por desaparecer en un hoyo negro y profundo. 

Ese caudal simula la vida y aquel hoyo negro la muerte, pero no se compara con la muerte de esas tres mil víctimas que dejó el atentado del 11 de septiembre de 2001, en New York, a las Torres Gemelas del World Trade Center.

Hoy es 25 de noviembre de 2021. El tiempo ha pasado y en lugar de miedo, escombros y putrefacción, el lugar parece una obra de arte enmarcada de silencio y del olor que dejan las hojas secas, poco opacada por fotos, objetos y videos que recuerdan la tragedia. 

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Ingreso junto a mi novia, al ascensor del One World Observatory, edificio principal del actual complejo WTC, inaugurado el 3 de noviembre de 2014 con la pretensión de cimentar el valor emocional de volver a estar de pie. Ya en el ascensor, en 47 segundos, tiempo que dura el viaje del suelo al cielo, del piso cero al piso 102, se observa desde sus paredes un video que relata la transformación de New York, de la nada a ese todo que hoy es.

El ascensor abre sus puertas como abriéndole las puertas a la vida. Se levantan las cortinas que cubren los grandes ventanales de este último piso, vemos el sol iluminar la ciudad. Algo sube desde mi pecho y calienta mis mejillas. Se cumple un sueño junto a ella con el cielo rodeándonos a 360 grados en la cima de uno de los edificios más imponentes del mundo, imaginando las historias que transcurren en esos otros edificios y calles de NY que veo desde lo alto. Estoy vivo.

Pedimos un café, nos abrazamos, nuestras miradas también podrían iluminar NY hoy, por un instante estoy en esas nubes que veo a través del vidrio, nos tomamos fotos queriendo eternizar esta visita y nos dedicamos a mirar el horizonte que atrapa, en el mismo momento que empiezan a atraparme mis pensamientos. 

Tanta vida, tanta muerte. Hace minutos me embebía ese recuerdo y ahora me rebosa el presente. En el mismo lugar donde, en una mañana de hace unos veinte años, algunas de esas vidas acabaron después de una caída libre que debe haber durado menos de lo que me tomó subir al piso 102 en el ascensor de última tecnología. 

Sonrío a la mujer que amo, pero pienso en cuántos amores se habrán perdido ese día. Saboreo, lento, mi café, pero, ¿cuántos cafés como vidas se habrán quedado por la mitad esa mañana? ¿Cuántos abrazos como el que le doy nunca más se dieron? 

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Esos amores, esas sonrisas, esos abrazos, esas vidas, ahora son un museo. Un recuerdo que se pierde en la novedad de una nueva torre que nació para cargar con el peso simbólico de las dos torres derribadas. 

Parece que toco el cielo en la cima de la capital del mundo después de sumergirme en la profundidad de esos hoyos negros, tan anchos como cada una de las torres desaparecidas, y todo en tan pocos segundos.

Observo familias tomándose selfies, parejas conversando mientras comen en el bar, este lugar permite el disfrute, la vida siendo vivida. A lo lejos, veo la Estatua de la Libertad y me cuestiono qué tan libres somos, ¿somos la estatua o somos la libertad? ¿Qué pasaría con nosotros si hoy fuese el día 11 de septiembre de 2001?

Quizás este edificio es un reflejo de la vida: un día construimos y nos elevamos como una torre y en un instante esta se derrumba y somos escombros, escombros con los que no tenemos otra opción que reconstruirlos y reconstruirnos muy cerca del dolor. 

Todo puede transformarse en un pestañeo: las torres desaparecidas, la nueva torre, las vidas de tres mil personas, nuestra vida, mi vida, en un instante. Ese último instante que lo cambia todo y el próximo que lo vuelve a cambiar. 

Porque nuestras vidas son menos de 47 segundos entre el cielo y el suelo.  (O)